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Por Robert Prat ()
Miami.- Aroldis Chapman lanza una bola de fuego. O la lanzaba. O la sigue lanzando, quién sabe ya. La gente discute en los bares de Miami, en las gasolineras de Nebraska, en los foros de internet que son el bar de hoy, si ese hombre que llegó desde Europa y conquistó América a latigazos de 105 millas por hora merece un lugar entre los dioses de bronce en Cooperstown.
Es la pregunta que se hace uno mientras ve a un tipo que parece salido de una película de ciencia ficción, con un brazo que es un artefacto prestado del futuro, y una vida que a veces parece una tragedia prestada del pasado.
Ahora, en 2025, con los Medias Rojas de Boston, Chapman ha vuelto a ser noticia por lo único que siempre importó: el pitcheo.
Es como si el tiempo, o quizá la necesidad de un último contrato jugoso, le hubiera devuelto la magia en el brazo. Sus números esta temporada son de otro mundo: ERA de 1.00, ponches por las nubes, y ese relevo certero que cierra puertas y apaga esperanzas. Boston lo mira con esa mezcla de admiración y incredulidad con la que se mira un fenómeno natural. Parece que, de pronto, ha recordado cómo se doma el caos.
Pero la carrera de Chapman es un álbum de recortes de prensa brillantes y páginas oscuras. Tiene el récord de velocidad, la mayor cantidad de apariciones en el Juego de Estrellas para un relevista, dos anillos de Serie Mundial, y las estadísticas frías que lo ponen entre los cerradores más dominantes de la historia. Los números, esos que no sienten ni juzgan, gritan que sí. Que es un monstruo. Un artista del último out.
Luego está todo lo demás. Lo que los números no dicen, pero la gente no olvida. La suspensión por violencia doméstica en 2016, una mancha que para muchos es más grande que cualquier estadística. Cooperstown no es solo estadísticas; es también carácter. Y los veteranos que votan, esos señores con chaquetas de tweed y memorias largas, se acuerdan de todo. Se acuerdan del brazo de Dios y de los errores de los hombres.
La discusión, entonces, no será sobre si podía lanzar una pelota más rápido que cualquier otro ser humano. Eso está claro. La discusión será sobre si el Salón de la Fama es solo un museo de hazañas deportivas o también un panteón que exige, o debería exigir, algo más. Si el mérito es solo una cifra o también una biografía. Chapman será, para siempre, el test de fuego para esa pregunta.
Al final, uno lo imagina años después, viejo y con el brazo cansado, mirando hacia atrás. Verá el fastball que se escapaba de las cámaras, los ponches, las multitudes en pie, y la sombra de una duda que lo seguirá hasta la última urna.
Su candidatura será la más fascinante y divisiva de los últimos tiempos. Un hombre que lo tuvo todo para ser un inmortal, y que ahora depende de que los demás decidan si el sonido del fuego apaga el ruido de todo lo demás. Yo creo que entrará en Cooperstown.