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Por Datos Históricos
La Habana.- 8 de enero de 1943. El general soviético Konstantin Rokossovsky envió un mensaje directo al Sexto Ejército alemán: todo había terminado. Rendirse o ser destruidos. Pero , aún aferrado a la voz de Hitler, respondió con un “no”.
El puente aéreo prometido era una farsa: unos cuantos aviones lanzando paquetes diminutos sobre un mar de soldados que se morían de hambre, que se congelaban hasta la médula, que caían en la nieve sin fuerzas para levantarse.
Dos días después, cuarenta y siete divisiones soviéticas aplastaban el cerco. La línea alemana se encogió hasta quedar reducida a un espacio mínimo: dieciséis kilómetros cuadrados de absoluta miseria. Oficiales de alto rango comenzaron a desaparecer, retirados en secreto antes del colapso inevitable. El general Hans Hube juró quedarse. La Gestapo lo sacó por la fuerza.
El 24 de enero ya no quedaba aeródromo. Sin suministros. Sin esperanza. Solo miles de hombres enfrentando el frío, el hambre y el silencio de la derrota. Paulus envió un último mensaje a Hitler. Era breve, definitivo: el ejército estaba acabado.
No hubo rescate. No hubo milagros. Solo la extinción lenta, constante e inexorable de todo un ejército atrapado en una ciudad de hielo.