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Por Ernesto Ramón Domenech Espinosa ()
Toronto.- Hace 15 años, después de un largo y complicado proceso, salí de Cruces rumbo a Toronto. Atrás quedaba una etapa de incertidumbres, fracasos y permanente confrontación con un régimen que sólo busca el control y la destrucción del ser humano.
En dos cuartos a medio construir, sin un centavo en los bolsillos, tentado por los alcoholes baratos, me dediqué a esperar no sé qué. Me dediqué a sobrevivir. Nada de particular tiene el caso. La sobrevivencia es la prioridad de millones de personas en una Cuba hambreada y vulgar. En este país mentir, robar, y violentar es la norma.
Fue un tiempo bien jodido, cualquier intento de fuga chocaba siempre con el muro de las finanzas. Inestable en lo sentimental, excluido como profesional, estiraba los días entre ciclos de juegos de futbol, lecturas, tragos y discos de rock and roll. Además, si pude resistir y evitar el desastre fue gracias a la infinita bondad de una familia. Esta casa siempre me abrió las puertas.
Allí, en Padre de las Casas # 209, Angelita y Tirso me acogieron como uno más. Me consideraron un hijo postizo que se aparecía sin avisar en el almuerzo, a la hora del baño, o un Domingo a las tres de la madrugada. Nunca un rechazo, nunca una ofensa. Algunos regaños y muchos consejos me sacaban una y otra vez del hueco. También, un sillón disponible para mis balanceadas en la conversación me animaba.
En la casa de Miguel Morales escondía los libros proscritos. Aquí guardaba el dinero que logré reunir para el viaje. Tenía una cama disponible en el segundo piso, junto a Cheo. No será suficiente esta vida ni cinco resurrecciones para agradecer tanto afecto. Tampoco serán suficientes para agradecer tanta paciencia.
En aquel portal de la esquina de Camilo Cienfuegos y Padre de las Casas me despedí de Cruces. También de los amigos y de una parte esencial de mi vida. Debo reconocer que mi sueño no era vivir en Estados Unidos o Europa. Finalmente, emigrar no fue la opción deseada. Fue algo que las circunstancias impusieron.
Mi ilusión siempre fue ver una Cuba libre, moderna, inclusiva; una Cuba devuelta al camino del progreso, de la democracia, de la alegría. Hice lo que pude por ver el cambio, pero la apatía y el miedo siguen haciendo estragos entre nosotros.
El 28 de Julio del 2010, seis días antes que venciera la VISA a Canadá, tomaba un vuelo de Sunwing Airlines desde Varadero a Toronto. Cargaba en la maleta algo de ropa, una libreta de direcciones y libros de Dostoievski, La Biblia, Kafka, Borges, Bulgakov y José Martí.
En el bolsillo llevaba veinte dólares prestados. No soy un hombre de hacer planes a largo plazo, algo o mucho de gitano me invita a la improvisación, a la aventura. No hago cálculos para las relaciones humanas, no pongo precio a la amistad o al amor. Canadá ha sido un reto, un desafío, un recomenzar.
Hace apenas 72 horas, el pasado 28 de Julio, desandaba las calles y el cielo de New York, ciudad de contrastes, de inspiración, de vértigo. Todo espíritu libertario y andariego debería visitar esa urbe de luces y rostros tan diversos.
Haber recorrido las calles de Manhattan, Pelham y New Jersey me dejaron una fuerte impresión. También haber visitado el barrio donde vivió el escritor y disidente ruso Serguei Dovlatov, la casa de John Lennon, e incluso la Estatua de José Martí en el Central Park. Además, visité la Catedral de ST. Patrick, el MOMA, el Puente de Brooklyn y la Estatua de La Libertad.
Sin embargo, haber hecho el viaje con mi familia ha sido lo mejor que me ha pasado. Reencontrarme seis años después con mi sobrino Eduardo, su esposa y sus niños ha sido maravilloso. Compartir juntos un paseo en Ferry y las ofertas de “Rumba Cubana” fue increíble. Las caminatas por la 5 ta Avenida también fueron muy especiales en todos estos años de lejanía.
La alegría compartida con los tuyos es una de las formas de la Felicidad, quizás la más auténtica. Mientras escucho los pesados acordes de “Born Again” de Black Sabbath escribo estas notas para el recuerdo.