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Carlos Cabrera Pérez
La celebración más cubana del asalto al cuartel Moncada se produjo en los bajos de la tribuna de unos carnavales, instalada en la zona del malecón habanero conocida como La Piragua, donde un esforzado combatiente de la Seguridad Personal y una damisela encantadora dieron rienda suelta a su frenesí amoroso, mientras Fidel Castro hablaba en la Plaza de la Revolución.
Los burócratas de palacio habían decidido mantener el carnaval en suspenso hasta que el comandante gritara Patria o muerte y, para amenizar la rumba, conectaron la señal de Radio Rebelde a las bocinas instaladas en La Piragua, que esparcían la voz del jefe por el recinto, donde se agolpaba la multitud ataviada para el frenesí con cerveza en perga y bailoteo.
La presencia del seguroso en la zona obedecía a que -posiblemente- Fidel se desplazaría a la tribuna del carnaval, una vez terminado su discurso, pero como se alargaba, el escolta (que no era del primer anillo) y muchacha empezaron a socializar, pensando en la gozadera y acabaron metiéndose debajo de la tribuna para darse lo suyo mutuamente.
Pasados unos minutos del pase a lo subterráneo, en el entorno inmediato de la tribuna carnavalesca empezó a oírse una exclamación de la dama: ¡Ay, que rico, compañero!, entremezclada con el frenesí oratorio del comandante en jefe para quien los carnavales y el divertimento casi siempre fueron ajenos, salvo ocasiones puntuales por circunstancias políticas.
El resto de las celebraciones por el 26 de julio eran una sucesión cíclica de eventos en provincias, tras una formal competencia entre ellas, a ver quien se llevaba el gato al agua, asegurándose la visita del comandante con el correspondiente llenado de plazas desde horas tempranas, tras un recorrido previo del comandante por empresas y granjas.
El comandante predicaba órdenes con pasión jesuita y luego subía al podio con verbo dominico, que primero desgranaba lo que había sido aquella provincia antes de que él llegara al poder, luego simulaba admiración por los avances, santificaba al primer secretario del Pcc hasta su conveniente decapitación y cerraba con política exterior antiimperalista y un inventario de magnificas noticias que estaban a la vuelta de la esquina, aunque nunca precisaba cuándo..
La liturgia se repetía cada verano hasta que en 1989 llegó Gorbachov y mandó a parar, provocando en Fidel una de sus profecías: «Si mañana, o cualquier día, nos despertáramos con la noticia de que sea ha creado una gran contienda civil en la URSS (…) o que la URSS se desintegró -cosa que esperamos que no ocurra jamás- (…) Cuba y la revolución cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo…»
Los habaneros desplazados a provincia, incluida parte del séquito presidencial aprovechaban el viaje para encamarse con parejas de circunstancias o amantes fijos, deseosos de yacer por la revolución y el socialismo en hoteles, albergues, posadas, casas de visitas y hasta en carros con tres antenas. Uno de esos aguerridos miembros de las comitivas de embullo, levantó a una trigueña que quitaba el hipo, pero como no conocía Santiago de Cuba, se perdió y, buscando un paraje apartado, metió el Alfa Romeo 1750 color vino, por un terraplén que creyó apartado y, creyéndose a salvo, se encueró y desnudó a la muchacha, a la que sentó sobre el capó y comenzó el toma y daca en noche cerrada.
Pero la alegría del cuchún duró poco, pues de pronto la noche se hizo día y los amantes se vieron iluminados por una luz potente que venia del cielo; así que la tan cacareada escena del mandamás de Astronomer con su amante en el reciente concierto de Coldplay es una circunstancia gozosa que se repite desde que Eva cazó a Adán, cuando no había redes sociales, Caso cerrado ni la octogenaria señorita Laura.
El usuario del Alfa guaroso -desconocedor de Santiago de Cuba- se había perdido y había ido a parar a las inmediaciones del aeropuerto Antonio Maceo y las luces de un Il-18 iluminaron la escena, atronando el aire y paralizando a los fogosos contendientes que se creyeron a salvo en la campiña santiaguera; extravío que no padeció Fidel Castro durante el ilegal y violento asalto al cuartel Moncada; como propalan falsamente tribunos posmodernistas.
Fidel Castro viajó desde la granjita Siboney hasta la posta 3 del Moncada, manejando el segundo automóvil de la caravana, donde se la jugó, pese a que Ramiro Valdés consiguió que los guardias confundidos bajaran la cadena de acceso, el tiroteo se inició a los pocos minutos al percatarse la patrulla extra que había dispuesto el mando de que algo raro ocurría.
Si alguien duda de la participación de Castro en el asalto, solo debe acudir a los testimonios de Gustavo Arcos, Mario Chanes de Armas o Jaime Costa (el Catalancito) para comprobar su error y -sobre todo- asumir que mientras más intenten deschavar al dictador, más socavarán al noble pueblo cubano, víctima de la megalomanía de un pragmático ambicioso del poder absoluto y con carisma, que renunció a la soberanía nacional para que la URSS pagara el alquiler de tan valioso portaaviones geopolítico a 180 kilómetros de Estados Unidos.
El ataque al Moncada parió también el binomio Uno y Dos (Fidel y Raúl Castro) porque el hermano menor, que entró al Palacio de Justicia como un simple soldado, salió como un líder, al sustituir al jefe d aquella escuadra y organizar una retirada organizada.
Sobre el carácter suicida de la acción, no hay mejor prueba que las declaraciones del propio Raúl Castro al cineasta Santiago Álvarez, a quien contó, su reacción en el tren que los llevaba a Santiago de Cuba, donde comentó a Abel Santamaría: A ustedes no se les habrá ocurrido asaltar el Moncada. El plan solo lo conocían Fidel Castro, Renato Guitar y el propio Abel. El resto es historia mal contada por el pugilato entre los adoradores y detractores del líder del 26 de julio; a quien Fulgencio Batista, Estados Unidos y el terror verde oliva le sirvieron a Cuba en bandeja de plata.
Del ataque al cuartel de Bayamo se sabe menos, aunque Castro aprovechó la última vez que habló en público sobre ambas acciones para asegurar que Raúl Martínez Arará, prefería la acción a las ideas; lo que no dijo y casi nadie recueda es que aquel hombre renunció a la revolución; pese a perder a su hermano Mario, que fue apresado y asesinado poco después.
Una de las escasas alusiones al jefe del grupo de 21 hombres que intentó tomar el cuartel de Bayamo, para luego controlar el nudo de carreteras y ferroviario próximos para escapar hacia la Sierra Maestra, es esta: No todos los miembros del grupo de dirección eran marxistas “…había uno que no lo era… Martínez Arara, un muchacho trabajador, activo, era inteligente, pero lo que le gustaba era la acción, no se preocupaba por las cosas de ideología, él lo que quería era acción, y el después no se unió más…”.
Al final, excepto conservar el poder a costa del deterioro terrible de Cuba y morir en su casa de Punto Cero, Castro nunca pudo salirse con la suya, siguen pendientes de resolver los seis problemas de Cuba, citados en La historia me absolverá, cuya primera edición estuvo al cuidado del intelectual Jorge Mañach, muerto en el exilio, tras el desencanto con la enésima y definitiva frustración republicana.
1.La tierra. La revolución convirtió a los campesinos en empleados, a sus dirigentes en burócratas comunistas y a la isla en un frondoso marabuzal, donde las frutas del Caney murieron por extinción revolucionaria.
2.- Industrialización. La revolución destruyó la industria republicana, suplantando a la Sugar company por pelotones estajanovistas y la mayoría de los centrales son hoy un formidable amasijo de chatarra canibaleada, mientras la farmacéutica y biotecnología siguen sin despegar porque le sobra capital humano, pero carece de dinero. El pueblo cubano soporta 100 grandes empresas estatales quebradas desde hace años.
3.- Vivienda. Cada año, el gobierno informa que no ha cumplido las metas constructivas de casas, las familias cubanas se hacinan en viviendas con predominio de familias monoparentales femeninas y una generación de cubanos nació y creció en los llamados albergues estatales.
4.- Desempleo. La revolución convirtió al estado en la única fuente de empleo para garantizarse el control político sobre la masa, criminalizó la pequeña y mediana empresa privada y apostó por un modelo ruinoso de trabajo, donde para un puesto emplean a varias personas.
5.- Educación. El pueblo cubano es instruido, pero nunca culto. El sistema educativo fracasó en su política de adoctrinamiento marxista y fidelista, como demuestra el éxodo creciente desde 1980 y que hijos y nietos de la revolución estén presos por causas políticas y delitos comunes. La cifra de analfabetismo en 1958 era del 23% y no la que sostuvo la mentira oficial.
6.- Salud. El gran boomerang del castrismo. Los servicios médicos que fueron de calidad, gratuito y universales son hoy un desastre por la falta de recursos económicos, la emigración de médicos y especialistas y los programas esclavistas de alquiler de personal sanitario a terceros países, inspirado en la práctica batistiana de comprar votos con atención médica.
A la luz de los resultados, quizá habría sido mejor que Castro se hubiera perdido en Santiago de Cuba, y nunca llegara al Moncada, dejando morir al Apóstol en el año de su centenario porque la lírica de Rubén Martínez Villena conserva mayor vigencia que nunca:
Hace falta una carga para matar bribones/ para acabar la obra de las revoluciones/
para vengar los muertos, que padecen ultraje…
Pero ya sabemos que el tardocastrismo es continuismo y no faltarán novedosos mensajes como el de avileños (les cayó el 26) reafirman su compromiso con la revolución más entrevistas a asaltantes longevos y tampoco faltarán patriotas consagrados a los palitos de tribuna.