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Por Manuel Viera ()
La Habana.- Ayer escuché un par de declaraciones que hicieron despertar al incansable bichito de mi inquietud.
Si cuando se fueron por cientos de miles a pocos les importó si vendían su vida, si se iban estafados por aerolíneas, si pagaban visados o travesías, si llegaban vestidos o en taparrabos a los Estados Unidos…
Si los recibían en una iglesia con comida y zapatos, o los metían una semana en Krome… ¿Por qué ahora es tan importante que no regresen esposados?
Por supuesto que no los quiero esposados, pero yo, como muchos cubanos, sí mostramos preocupación cuando se fueron.
Y también cuando dormían con sus mochilas en el aereopuerto, cuando caían en manos de coyotes, pandillas y mafias.
Cuando cruzaban el río Bravo agarrados de una soga y nadie, absolutamente nadie, con el poder de hacerlo hacia nada para cerrar rutas y parar el enorme negocio del tráfico humano que dejó suburbans, fincas y millonarios a muchos por centroamérica.
Lo denuncié muchas, muchísimas veces. Y el silencio helaba la sangre mientras solo se culpaba al que halaba pero no al que empujaba.
Maldito ese inquieto bichito en mi conciencia que no me permite parar de cuestionar.