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La expresión ‘andar con pies de plomo, que hoy usamos para referirnos a alguien que actúa con extrema precaución, en realidad tiene un origen muy literal… y está ligada al fondo del mar.
Durante décadas, los antiguos buzos marinos usaban esos trajes icónicos con escafandra que hemos visto en películas —grandes, pesados, con un aire claustrofóbico—. Pero el verdadero detalle está en los pies.
Las botas de estos trajes estaban cubiertas de plomo.
¿La razón? Ese peso adicional les permitía mantenerse estables bajo el agua, caminar con seguridad sobre el fondo marino y evitar que la flotación descontrolada los empujara hacia la superficie.
Allí, abajo, donde la visibilidad es baja y cada movimiento cuenta, cada paso debía darse con sumo cuidado.
Cuanto más plomo llevaban en los pies, más firmes eran sus pasos. Y más seguros estaban.
Con el tiempo, esta imagen poderosa salió del océano… y entró en el lenguaje cotidiano.
Así, “andar con pies de plomo” pasó a significar avanzar con cautela, precisión y mucha cabeza. Como si la vida fuera, a veces, un fondo marino lleno de riesgos invisibles.