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Por Anette Espinosa ()
La Habana. — Ray Figueredo, un joven enfermero cubano, acaba de aparecer en las redes sociales para darnos una lección cruda de civismo, de amor a Cuba y, sobre todo, de libertad. Para recordarnos verdades que hemos normalizado, como quien se acostumbra a vivir sin luz o a hacer cola por un pedazo de pan.
Figueredo, guantanamero de origen pero habanero por destino —y licenciado en enfermería—, se convierte sin querer en espejo de todos los cubanos. Habla como si hubiera vivido décadas, no años. Y quizá tenga razón: un solo día en esta Cuba vale por diez en cualquier otro lado.
No da discursos. No arenga. Solo cuenta lo que él hace: dejar de trabajar en el sistema de salud porque no quiere ser cómplice del maltrato institucional. Pero también explica por qué no se va de Cuba: «Soy cubano. Tengo derecho a vivir aquí». Lo dice sin grandilocuencia, con un orgullo que duele porque es auténtico. Y lo más sorprendente: no tiene miedo. O, si lo tiene, la verdad lo hace más fuerte.
Habla directamente a la policía, como si los tuviera frente a él: «Pueden venir a buscarme ya. No me resistiré, porque los entiendo». Sabe que muchos uniformados son prisioneros de su propio uniforme: «Ninguno puede pedir la baja ahora. Tienen que estar calladitos». Pide tacto con ellos —«hay un gran porcentaje que… ya ustedes saben»—, pero también alerta: su deber era proteger al pueblo, no al gobierno.
Y entonces viene el golpe más duro: «Nos han quitado todo. Nos dividieron. Nos apartaron de la verdad». Describe lo que todos ven pero muchos fingen ignorar: cubanos rebuscando en la basura, vecinos que no comparten un pedazo de pan porque tampoco lo tienen, funcionarios que exigen sobornos para mover un papel. «Todo se reduce a corrupción», espeta. Y lo dice con la calma de quien ya no espera nada.
Al gobierno le lanza un desafío: «Ustedes no pueden resolver esto. Si hacen elecciones libres, hasta el limpiabotas les gana». Cuestiona la farsa de unanimidad, la represión, la vida política de cartón piedra. Y se despide con un grito silencioso: «Si me meten preso, me tocó. Si me matan, me tocó. Pero no seguiré viviendo como un cerdo, porque no lo soy».
Al final, pide que no se preocupen por él. ‘No se preocupen por mí, preocúpense por Cuba, que es mucho más importante que yo’.
Sus palabras son un manual no escrito para dos audiencias: los cubanos de a pie, que reconocen su propia voz en la suya, y los gobernantes, que deberían escucharlo para entender realmente cómo vive su pueblo.
Postdata: Vean su video. Guárdenlo. Difúndanlo. Porque en Cuba, la verdad siempre corre peligro de desaparecer. Y Ray, lamentablemente, también.