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Por Oscar Durán
La Habana.- Lo ha vuelto a hacer. Raúl Torres, el bardo oficialista por excelencia, acaba de lanzar una nueva oda, esta vez dedicada al Papa Francisco. Si alguien pensaba que después de «Cabalgando con Fidel» y «Patria o Muerte por la Vida» ya no le quedaban ídolos a quienes cantarle, se equivocó. Porque a falta de líderes vivos que inspiren, Torres ha decidido apuntar más alto, al Vaticano, nada menos.
La canción, titulada con la cursilería acostumbrada y cargada de frases almibaradas, pretende ser un homenaje a la muerte sel Santo Padre. Pero el problema no es que se le cante a Francisco, quien fuera una figura pública con millones de fieles. El problema es quién lo hace y con qué intención. Raúl Torres, en este país, no canta por cantar. Canta por encargo. Y eso, aunque lo maquille con guitarras acústicas y versos floridos, no se puede esconder.
¿Quién le cree a estas alturas a un trovador que ha hecho de la propaganda política su sello personal? ¿Quién, si cada una de sus composiciones es una escenografía cuidadosamente montada para alabar al poder de turno? El homenaje al Papa no escapa de ese patrón. Al contrario, se inscribe en una estrategia predecible: utilizar símbolos internacionales, como Francisco, para tratar de lavarle la cara a un régimen que cada vez tiene menos con qué disfrazarse.
A nivel internacional, el Papa sigue teniendo una imagen positiva. Ha abogado por los pobres, los migrantes, ha sido mediador en varios conflictos y hasta se atrevió a «acercar» a Cuba y Estados Unidos. Sin embargo, que un vocero del oficialismo, como Torres, le cante al Sumo Pontífice mientras en la isla hay presos políticos, hambre y apagones, no es solo una contradicción. Es una indecencia.
Mientras la señora Marta Perdomo sigue sin poder abrazar a sus hijos, injustamente encarcelados por protestar, Torres se deshace en versos ante un Papa que, por más carismático que fue, no condenó con suficiente claridad lo que ocurre en Cuba. ¿Y si esa canción fuera en realidad una petición de ayuda disfrazada? ¿Una súplica en clave menor para que el Vaticano interceda? Puede ser. Pero viniendo de alguien que ha hecho su carrera defendiendo lo indefendible, resulta difícil creérselo.
El problema con este tipo de homenajes es que no parten de la espiritualidad, sino del cálculo político. Cantarle al Papa Francisco no es una señal de fe. Es una maniobra. Una jugada de relaciones públicas que busca maquillar la represión, disimular la crisis, hacer ver al mundo que Cuba sigue teniendo alma. Y claro, ahí aparece Torres, como siempre, presto a servir, guitarra en mano y micrófono financiado.
Pero no nos dejemos engañar. Esta no es una canción. Es una cortina de humo. Un nuevo acto en el teatro de lo absurdo donde la dictadura se presenta como humanista, creyente, solidaria. Todo muy bonito. Todo muy falso.
En la otra Cuba —la de verdad, la que no sale en el videoclip—, la gente hace colas interminables por una caja de pollo, se baña con cubos de agua porque no hay electricidad para los motores, y sobrevive a base de creatividad, resignación y milagros. Si el nuevo Papa quiere escuchar la verdadera canción del pueblo cubano, que no ponga el nuevo tema de Raúl Torres. Que escuche los gritos de los barrios, las cacerolas vacías, los suspiros cansados de los presos.
Lo de Torres no es devoción. Es encargo. Y los encargos, por muy poéticos que suenen, siempre tienen factura.
Por ahí comentan que ya está lista la canción de su tocayo. No fue un encargo, le salió del alma. Aunque Raúl Castro ni se ha enterado, «Cabalgando con la China» ya tiene sus primeros acordes. Paciencia. El estreno viene en cualquier momento. No por gusto le dicen el necrotrovador de las causas imposibles.