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Rabindranath Tagore: La pureza del alma frente a la servidumbre poética

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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)

“Muchos escriben con talento, pocos con alma.
La poesía sin verdad es solo un eco del poder.”

Houston.- La poesía tiene que surgir de almas buenas, no de sutiles maniobras para agradar al poder. La poesía verdadera no se arrodilla ni se alquila; no se escribe para obtener favores, sino para revelar lo más noble del espíritu humano. Por eso siempre rechacé a Silvio Rodríguez: porque su poesía fue cómplice, porque se dejó tentar por la comodidad del privilegio y el aplauso del poder.

Una poesía cómplice no es poesía. La verdadera poesía brota junto al riachuelo, bajo la sombra de los árboles, o al borde del arroyo, como nos enseñó Martí: Nace de la vida sencilla, de la verdad desnuda, del temblor de la conciencia libre.

Y aquí quiero detenerme en una figura que honra las letras, la poesía y la bondad de un alma buena: Rabindranath Tagore (1861-1941), poeta, filósofo, escritor, humanista y educador indio. Fue el primer no europeo en recibir el Premio Nobel de Literatura (1913), pero nunca se dejó deslumbrar por los honores ni por el reconocimiento.

Hay un verso suyo que marcó mi amor por la lectura y la poesía, uno que conservo desde mi juventud, en un viejo libro que recibí como regalo: “Si lloras porque el sol se ha escondido, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas.”

Esa frase resume su filosofía de la esperanza, su mirada profunda sobre el alma humana. Toda su obra estuvo envuelta en una modestia inmensa, siempre lejos del poder. Decía Tagore con una lucidez que hoy sigue conmoviendo:

Más que un poeta

“Agradezco no ser una de las ruedas del poder, sino una de las criaturas que son aplastadas por ellas.”
En esas palabras hay una ética irrenunciable. Por eso rechazo la poesía que se vende por privilegios, la que busca prebendas o premios oficiales, la que esgrime metáforas bellas para justificar la opresión. Por eso rechazo al poeta del unicornio, porque su canto, aunque melódico, no es sincero. Su poesía es fría, gira como la rueda del poder, y en ese giro pierde su pureza, su verdad, su alma.

Tagore publicó su primer libro con apenas diecisiete años. Estudió en Inglaterra, pero su espíritu nunca se sometió a las modas ni a los señores del momento. Fue nombrado caballero por el rey Jorge V, y sin embargo, renunció a ese título tras la masacre de Amritsar en 1919, donde el ejército británico asesinó a más de 400 indios desarmados. Ese gesto, tan digno como valiente, lo consagró como un hombre íntegro. Mientras otros habrían guardado silencio para conservar su rango, él eligió la verdad y la compasión por encima de la conveniencia.

Tagore fue más que un poeta; fue un pensador universal, un educador de almas. Fundó una escuela basada en la libertad del pensamiento, la creatividad y la relación armoniosa entre el ser humano y la naturaleza. En su obra, que abarca 28 volúmenes en lengua bengalí, la belleza nunca se separa de la bondad. En cada verso late la conciencia moral de un hombre que comprendió que no se puede escribir de amor mientras se justifica la opresión, ni cantar a la patria mientras se calla ante los crímenes del poder.

No es lo mismo un poeta que un cortesano

En contraste, hay quienes hacen de la poesía un medio para escalar, para congraciarse, para mantenerse cómodos en la sombra del privilegio. Son los poetas domesticados, los que afinan su lira al tono del dictador de turno. Su palabra no ilumina, adormece; su verso no libera, somete. Se vuelven cómplices del silencio, jardineros del engaño.

Tagore jamás habría aceptado tal indignidad. En su universo poético, la espiritualidad se une a la justicia, y la belleza al sacrificio. En su poema Gitanjali —su obra más célebre— se revela esa visión serena, universal, donde el amor, la humildad y la fe se levantan como resistencia ante la vanidad y la crueldad. Sus versos no buscan deslumbrar, sino despertar: “He dormido en la oscuridad, pero mi corazón seguía buscando la luz.”

Esa es la diferencia entre el poeta verdadero y el poeta cortesano. El primero se arriesga a perderlo todo por decir la verdad; el segundo lo gana todo, menos su alma.

Por eso, al rendirle tributo a Tagore, no solo exalto su genio literario, sino la coherencia de su vida. En él, la poesía fue un camino de servicio, no de ambición. La suya no fue la poesía del aplauso ni del privilegio, sino la del espíritu que se eleva por encima del miedo.

La historia recordará siempre a quienes, como Tagore, hicieron de la palabra un acto de fe, no un instrumento de sumisión. Su ejemplo nos enseña que el verso que se arrodilla ante el poder deja de ser poesía para convertirse en propaganda. Y que solo quien escribe desde la verdad, desde la compasión y la libertad, puede mirar las estrellas sin que las lágrimas del engaño se lo impidan ver.

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