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Por Albert Fonse ()
La mafia castrista prepara su nuevo disfraz
Mientras el pueblo cubano sobrevive entre apagones, hambre y represión, la cúpula corrupta que lleva más de seis décadas saqueando la isla prepara un nuevo reparto del poder. No hay debate público, no hay elecciones libres, no hay voluntad popular. Lo que se está cocinando en La Habana es una sucesión entre mafiosos, un reciclaje de rostros para que nada cambie. La dictadura se adapta, se esconde, se transforma… pero nunca se va.
La salida de Díaz-Canel es solo cuestión de tiempo. Fue un títere útil, pero ya desgastado. Álvaro López Miera, el viejo ministro de las FAR, no tiene la energía ni la capacidad para sostener el control militar por mucho más. Pero quien no se ha ido ni piensa irse es Raúl Castro, el verdadero jefe del régimen, el que dirige desde las sombras todo lo que sucede en Cuba.
Aunque no aparece en portadas ni da discursos, nada se mueve sin su aprobación. Es el patriarca, el padrino, el cerebro del sistema mafioso que secuestró la nación. Desde su refugio de silencio, da órdenes, coloca fichas y bloquea cualquier intento real de apertura.
No se trata de liderazgo, se trata de control. Han eliminado el límite de edad para que cualquier cadáver político pueda volver a escena si conviene al clan. Incluso dentro del régimen hay figuras ya inservibles por su desgaste público, pero eso no impide que sean recicladas si garantizan obediencia. Lo que buscan no es renovación, es continuidad mafiosa. Este no es un momento de cambio, sino de reacomodo entre criminales.
Alejandro Castro Espín es el hijo del patriarca, el heredero real del castrismo. General de brigada del MININT, experto en inteligencia, y arquitecto de gran parte del aparato represivo actual. Su poder no depende de cargos visibles, sino de su control sobre los órganos de seguridad del Estado. Guarda los expedientes, conoce las lealtades, administra el miedo. Es el custodio del legado de su padre, y ya se perfila como el relevo silencioso.
Roberto Morales Ojeda es el burócrata ideal para un régimen que no quiere sorpresas. Obediente, gris, sin carisma ni liderazgo, pero absolutamente leal. Su rol sería garantizar que lo visible no interfiera con lo real. Un administrador del castrismo, no un líder.
Manuel Marrero Cruz, coronel y primer ministro, es otra ficha útil para simular una transición con rostro civil. Su formación militar y su papel en la maquinaria económica lo convierten en un servidor del sistema, sin autonomía ni intención de romper con nada. Puede ser movido de posición según convenga a los intereses de la cúpula.
Carlos Fernández de Cossío, viceministro de Relaciones Exteriores, cumple la función de operador diplomático. Su imagen pulida sirve para engañar al extranjero, no al cubano. Tiene experiencia en negociar con Washington y otros gobiernos, y podría ser colocado como cara “amable” si la dictadura decide lavarse el rostro sin tocar el cuerpo, esta menos quemada su imagen que la de Bruno Rodriguez.
Raúl Villar Kessel, jefe del Ejército Central, controla una región estratégica con tropas leales y poder real. No necesita discursos, su peso se siente en la obediencia que genera en el aparato militar. Es un nombre clave en cualquier plan de sucesión más abiertamente castrense.
Ricardo Rigel Tejeda, jefe del Ejército Oriental, tiene a su favor la combinación de juventud relativa y control territorial. Su perfil operativo lo hace ideal para reforzar el poder duro si se requiere una sucesión autoritaria. Es de los que dispararían sin temblar si el sistema lo ordena.
Andrés González Brito, comandante veterano del Ejército Central, tiene influencia acumulada y contactos clave. No será figura de largo plazo, pero puede ocupar posiciones de transición si la sucesión necesita una figura “respetada” para mantener el equilibrio interno en momentos de fractura.
Ania Guillermina Lastres Morera, General de Brigada y presidenta ejecutiva de GAESA, es una de las piezas más peligrosas del aparato mafioso. Su grado militar y su control sobre las finanzas del régimen la convierten en la garante económica de la dictadura. Maneja divisas, contratos internacionales y buena parte de los recursos que sostienen a los generales en el poder. No da discursos, da órdenes.
Lázaro Álvarez Casas, ministro del Interior, es el jefe del miedo. Desde su cargo dirige las detenciones arbitrarias, los interrogatorios, las amenazas y los montajes judiciales. Su poder viene del terror que administra. Si el pueblo se levanta, será él quien aplique el castigo.
Héctor Oroza Busutil, Coronel y presidente de CIMEX, maneja los negocios sucios del castrismo. Controla tiendas en divisas, operaciones en el exterior, lavado de capitales y estructuras financieras opacas. Es el cerebro económico detrás del saqueo organizado que mantiene viva la dictadura mientras el país se hunde.
Roberto Legrá Sotolongo, general y viceministro de las FAR, es el reemplazo natural de López Miera. Tiene experiencia, respaldo y acceso a las decisiones estratégicas. Puede ocupar el mando de las fuerzas armadas sin alterar el equilibrio interno, lo que lo hace valioso para la estabilidad de la mafia castrista.
Mónica Milián Gómez, coronel e hija del general Leonardo Andollo Valdés, representa a la nueva generación entrenada en doctrina rusa. Es una operadora silenciosa, con formación en inteligencia militar y contactos con estructuras afines a la KGB. En un momento donde el castrismo necesita renovar su imagen sin soltar el poder, su perfil se vuelve atractivo.
Esta no es una lista de líderes patrióticos, es el inventario de un cartel de poder que opera como una mafia de Estado. No buscan soluciones, buscan garantizar su propia supervivencia. No representan a Cuba, representan al castrismo. Ninguno ha sido elegido, todos han sido formados y seleccionados para proteger un sistema podrido que vive del control absoluto.
Mientras el pueblo sufre, ellos reparten cargos, cuentas bancarias y privilegios. La dictadura no está muriendo, se está reorganizando. Quieren engañar al mundo con nuevos rostros, pero el veneno es el mismo. No hay transición, no hay apertura, no hay reforma. Solo hay continuidad mafiosa, impunidad garantizada y represión reciclada.
Nada cambiará mientras Raúl Castro siga moviendo los hilos desde las sombras. Su retiro fue una farsa. Su silencio, una estrategia. Es el patriarca del crimen organizado que dirige Cuba. Hasta que él y toda su estructura no caigan, no habrá futuro. Solo más dolor, más mentira, más dictadura.