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Por Miguel Alejandro Hayes ()
La deportación de la señora ex jueza se debió a un fraude migratorio. Sin embargo, las reacciones se centraron en su pasado en los aparatos represivos. La cuestión del fraude no da para debate: no es un tema moral ni nada, es la ley, y punto. Pero lo otro, lo que se oculta en esa alegría por la deportación, sí merece discusión.
El hecho puede ser un “pie forzado” para polemizar sobre la justicia, la venganza y la reparación de víctimas (que aquí no hubo), así como sobre las definiciones y límites de esas ideas. Haría falta un debate utilitario, basado en qué es lo mejor para la nación cubana (esa que está destruida).
A veces me pregunto (y se me quitan las ganas de responder) por qué la comunidad cubana visible en redes sociales se comporta como esos actores de relleno en la escena donde le tiran verduras a Mel Gibson en “Brave Heart”.
No es que la señora comunista militante sea un “héroe escocés” ni mucho menos, así que aclaro: la equivalencia es entre los que atacan, no entre los atacados. Son los primeros los que actúan igual. Y es que hay una propensión cubana a aplaudir el castigo, a ser actor de repudio.
He leído cientos de comentarios —sí, cientos— en redes sociales buscando uno que dijera “esa señora condenó injustamente a mí…”. Ni uno encontré. No digo que no haya sucedido, solo que no vi a afectados quejarse. Vi gente ajena, simplemente, celebrando el daño a una persona que asumen que fue muy mala en su cargo. (Los tiradores de huevos también asumían que los que se iban eran malos por el simple hecho de irse).
Entonces, si no aparecen víctimas contando su historia, o si las hay, pero no son mayoría, la reparación no ocupa el centro del debate. De hecho, no leí un solo comentario centrado —ni siquiera de pasada— en la necesidad de reparar a quienes fueron afectados por ella. La reparación es demasiado pedir para una masa de actores de repudio.
También me pregunto, una y otra vez, si los actores de repudio creen en Dios. En ocasiones, solo en ocasiones, los más gritones y deseosos del mal ajeno llenan sus perfiles con referencias a su Dios y a su fe. Aunque lo cierto es que el amor al prójimo y el perdón parece que no los entienden.
Pero nada de esto es una cuestión moral, sino utilitaria. Si cuando la tiranía subcastrista caiga queda algo con lo que empezar a trabajar, y se inicia una cacería contra todo el que trabajó para el régimen y ocupó cargos, o habría que botar a media Cuba o juzgarla y condenarla. Es una cuestión práctica y de aprendizaje histórico: Cuba no podrá reconstruirse solamente con los anticomunistas “puros”. Solo hay que mirar la Cuba solo con fidelistas.
Por último, debo agregar que si a todos los que están con el régimen les espera castigo al intentar alejarse de él, ¿quién va a desertar? y es que, al contrario, se aferrarán a esa mierda de sistema con más fuerza que nunca. Mientras más gente crea que estará mejor apoyando al régimen o que serán castigados al finalizar este, más luchará por él.
Y si en Miami nadie está dispuesto a dar un paso al frente, ¿quién va a tumbar aquello? ¿Qué militar o líder político oficialista se pondrá del lado del pueblo, si en el exilio van a pedir su cabeza? (Es una metáfora, supongo). No es que la señora deportada sea ahora una luchadora contra la tiranía, pero las reacciones ante su deportación envían ese mensaje que menciono a los que están en Cuba en las filas del oficialismo.
Sé que el pensamiento estratégico no es el fuerte de nuestra nación, pero hay que sentarse a pensar de vez en cuando.
Sí, esto plantea un dilema: ¿qué hacer entonces con los cómplices de la tiranía? No tengo respuestas claras ni definitivas, pero estoy seguro de que es necesario debatirlo y definirlo, no para buscar venganza, sino por el bien de la nación. ¿Qué necesita la nación cubana para reconstruirse?