Por Renay Chinea
Barcelona.- El patio no estaba listo. Estábamos en obras y era un auténtico desastre, pero por casualidad pasé por un vivero, y Elina se antojó de un árbol de pomelos, o toronja, o Naranja Grifúa que le dicen en mi zona.
Total, que me vi en un Nissan Micra, con un arbolillo de copiloto. Llegué a casa y lo sembré más o menos donde pude. De más está decir que tuve que arrancarlo y volver a sembrarlo en otros dos lugares.
El arbolillo, de la variedad Ruby Red, me salió medio conflictivo. Apenas se acomodó en su primer terreno, las hojas se empezaron a poner marrones, como con vitiligo.
—Quiero que me lo salves por favor… que ese arbolito es mío —me pedía Elina.

Me fui a Google y a todos los foros de cítricos habidos y por haber. Consulté un experto y ajusté un diagnóstico en claro: clorosis férrica: es decir, la incapacidad de las plantas de comer hierro. Constaté la veracidad de aquellos versos del poeta argentino, pero al revés. “Que lo que arbol tiene de florido/ vive de lo que tiene sepultado”. Y no: los cítricos, necesitan tener sepultado, el fruto que resultó de lo florido. Ácido… ácido para descomponer el hierro, y que pueda incorporarlo el árbol.
Me busqué una buena disolución de Quelato de hierro FeO; en el ultimo transplante el año pasado, le desapelmacé las raíces, le apliqué cenizas y borra de café en su nuevo hoyo… le puse guano de pingüino, le exprimí cinco o seis naranjas agrias y lo sembré.
Le dije a Elina: estamos en abril, si no me da frutos, lo coje el machete. Si no se endereza, será leña de asado. Y Elina lo mimaba como si fuera un gato.
Ese año, sacó una sola flor, y logró un pomelo. Uno solo.
En esta primavera, está escandalosamente florido. Parece que el truco de ponerme serio, funcionó… con el árbol, no con Elina… Jijiji.
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