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POLITICALLY INCORRECT

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Por Rafael Muñoz ()
Berlín.- Muchas veces he seguido de largo, pero no pasa mucho tiempo hasta que vuelve a salir al ruedo el tema racial en aquella isla de cuyo nombre no debo acordarme. La discusión esta vez se centró en si “En el Camagüey” hay más rubios que en “Holguín”, y para ello, los nativos de aquellas regiones han echado mano de los resultados de un censo en el que la gente pone la cruz en el color que declara o quiere tener, y no en el que le devuelve el espejo.
Varios siglos de esclavitud dejan su marca y, si a eso sumamos la circunstancia de vivir en un islote que concentra toda la fuerza del sol en sus escasos kilómetros cuadrados, ya hay razón para tales delirios.
Se le da mucha importancia a eso de ser más o menos “clarito” en aquellos parajes, y, para ser justos, también en el resto de la isla y en la república popular de “La Florida”, situada un poco más al norte.
¡Hey! Cada cual es libre de vivir sus pajas mentales, no faltaba más. El problema llega cuando asumen que el déficit de melanina es garantía de ser mejores personas y merecer vivir mejor. Hace poco alguien decía que el saqueo de una tienda en La Florida era cosa de “niche”, ignorando olímpicamente los cientos de vídeos que muestran tales espectáculos en Apple Stores de todo el mundo. Claro, quien no ha atravesado la frontera de los 0°C suele creer que “El mundo es Ansí” y quedarse tan campante.
No me canso de recordarle a los cubanos que se creen cosas, que en otros países, que tampoco son perfectos y que tienen menos sol, existen categorías tales como Spaniards, Südlander o latinos para mantenerlos a raya.
Un poco de historia
Basta una visita al museo «Topografía del Terror», en Berlín, para helar la sangre y borrar toda “ínfula de blanqueza” al más creído.
Hay en una de sus salas una muestra de las escalas que usaban los médicos del Tercer Reich para determinar la “calidad racial de una persona”. Usaban para ello cartas cromáticas (Panton) para medir el tono de la piel, el pelo, los ojos y los dientes. Además, medían proporciones corporales que incluían, entre otras, ancho de caderas en las mujeres, longitud del fémur, línea de la mandíbula, etc.
El pueblo alemán vivió de la peor manera posible esos horrores, aprendió que los términos “pureza” y “superioridad racial” son muy peligrosos y terminan siempre muy mal. Basado en ello, entre 1933 y 1945, millones de personas fueron llevadas a las cámaras de gas. La blancura no les ayudó mucho.
Hoy, lo mejor y lo peor de vivir en Berlín es que el tema de la apariencia ha perdido toda relevancia; sencillamente a nadie le importa.
Dejar de hacer el ridículo en temas raciales es una tarea pendiente para el pueblo cubano, y me atrevo a decir que para toda Latinoamérica. Nada mejor para calmar cualquier ataque de blancura, trigueñez y/o ojosazulez que ver las nalgas de un polaco.

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