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El título de aquel libro a la entrada de la librería siempre me llamaba la atención: «Morir solo en caso extremo», y ese nombre de aquella novela de Bogomir Rainov siempre me viene a la mente, a pesar de que jamás abrí una hoja. Era solo el título, el título y nada más.
Y ahora lo recuerdo de nuevo, cuando me cuentan de las cosas que pasan en el cementerio de San José de las Lajas, la capital de la peor provincia de Cuba, la de Mayabeque.
Ahora mismo, morir en Mayabeque no es un problema. Te puedes morir por cualquier causa, hasta de hambre. Pero si mueres, le dejarás una papa caliente a la familia o al encargado de tu sepelio, porque todo es un desastre en esa dependencia de servicios comunales encargada de llevar a las personas a su última morada.
En San José de las Lajas suele no haber féretros. Y con esto hay historias espeluznantes, que es mucho mejor no contar, porque pueden herir la sensibilidad de las personas. Y tampoco hay carros fúnebres, a no ser que el muerto sea un familiar de alguien importante en el gobierno, porque si es así, se pueden acumular hasta tres en el hospital, esperando para mover al cadáver.
Pero todo no termina ahí, en la escasez de féretros y la ausencia casi total de carros fúnebres, que ha hecho que algún muerto se haya movido en un carro de transportar pan, o hayan permanecido en la morgue más horas de lo éticamente aconsejable.
Ver vídeo del cadáver en el carro del pan: (https://www.facebook.com/reel/628169140032605)
La funeraria es un desastre total, a donde acudir es casi un castigo, por todo lo que lleva acompañado, como escasez de luz, suciedad, lejanía y hasta peligro para quienes no tienen más opción que ir allí en las noches habituales de apagones o sin ellos.
Y luego llega el otro problema: encontrar un nicho, un espacio en la tierra o en cemento, donde enterrar el cuerpo que acaba de fallecer.
Esta historia, la que voy a contar de una vez, es reciente, de apenas unos días, y me la han contado con todo el dolor del mundo, solo porque quieren que esas situaciones no se sigan repitiendo, porque no es justo que esas cosas ocurran.
«La hermana de mi abuela murió y lo que te voy a contar puede parecer de ficción, pero no lo es. Al final la enterraron, pero todo fue una odisea. Murió en la noche, a medianoche ya estaba en la funeraria y cuando preguntaron allí cómo se hacía lo del cementerio, dijeron que había que esperar a la mañana siguiente, cuando llegara la administradora.
Es justo que la administradora duerma, que descanse, que se respeten sus tiempos y su trabajo, pero, cuando la administradora llegó y le preguntaron cómo se haría el entierro y en qué lugar se podía enterrar, dijo que no tenía nichos ni lugares en tierra para poner el cadáver.
Sin embargo, se mostró muy dispuesta a encontrar una solución y la ofreció enseguida:» Hay dueños de bóvedas que las alquilan en 12 mil pesos», dijo. Un tío le preguntó que cómo 12 mil, si hasta hacía poco se pagaban a ocho mil, y ella dijo que los tiempos habían cambiado, que todo se había encarecido.
Un muerto en un cajón, sin preparación alguna, no es como una persona que espera un turno para operarse de la vista, que puede esperar un día, un mes, un año, o toda la vida. Es una persona que va en camino a la descomposición acelerada, y eso duele.
«Había que pagar y pagamos. No había disyuntiva, sin embargo, cerca del lugar del enterramiento había varios huecos abiertos en la tierra. Pero ya habíamos pagado, al menos no teníamos esa preocupación, sin embargo, si crees que todo terminó ahí, te equivocas.
Hubo que salir a buscar y pagar por polvo de piedra y cemento, porque el cementerio no tiene. No hay, nos dijo el enterrador, si quieren, lo buscan. Así de sencillo. Y se sentó a esperar…
Una parte de la familia, ya que estaba allí, aprovechó para ‘darle una vuelta’ al lugar donde habían enterrado unos meses antes a otro familiar -un abuelo- por lo que pagaron ocho mil pesos, y saben qué: ya no estaba en el lugar. Lo habían sacado poco antes, lo tenían metido en un saco y estaba en la caseta de las herramientas.
Donde estaba el abuelo, había una mujer que habían enterrado hacía poco y cuyo cadáver estaba en estado de putrefacción. Pero aún así, obligaron a los sepultureros a arreglar todo aquello, pero no entraré en detalles, porque pueden revolverle el estómago a cualquiera.
Esas cosas ocurren en San José y las historias son espeluznantes. Todo el mundo lo sabe, lo dicen en las asambleas de rendición de cuentas, lo comentan donde quiera y nadie hace nada. Los que gobiernan, y los que dirigen, están para otras cosas. algunas de las cuales pudieran hacer de noche, porque son cosas de camas y alcobas.
La indolencia ha llegado a límites insospechados en la capital de Mayabeque. Ya no solo hay personas que sacrifican perros callejeros para vender su carne como si fuera de chivo o carnero, sino que venden cadáveres para cualquiera sabe qué cosas, lo mismo a estudiantes de medicina que para otras cosas. Cobran por los servicios cantidades desmesuradas que las familias pagan porque no tienen opciones. Y también hacen un trabajo pésimo, como si en lugar de un ser humano, en esos sitios estuvieran enterrando un tronco de palo.
Los emplazados acá no son solo la administradora de la funeraria, Yarilis Díaz Gamboa, o los sepultureros, cuyos nombres no son importantes, sino todos los dirigentes de Servicios Comunales y el intendente y los que dirigen el Partido Comunista, que se pasan los días en reuniones, mientras sus vehículos recorren cientos de veces las calles del pueblo.
Pero hay otros responsables: los que dirigen la provincia. La secretaria del Partido Comunista que mandaron desde La Habana para intentar controlar la lamentable situación de Mayabeque, y que solo se preocupa por orientar la persecución, junto a la seguridad del Estado, de los que piensan diferente, o de alistar los lugares para las frecuentes visitas de Miguel Díaz-Canel.
Y también es responsable el gobernador, Manuel Aguiar Lamas, quien cree que a él lo mandaron hasta allí para que hiciera el papel de becerro y controlara a cada mujer que tiene a su alrededor y lo demás que siguiera como estaba.
Cierto es que estas cosas que pasan en el cementerio de San José de las lajas no son únicas de allí, pero habrá que comenzar por alguna parte, por algún lugar, con alguna persona. Hay que sancionar, castigar, meter presos a estos delincuentes, y dejar de perseguir a los que piensan diferente, que tal vez sean los únicos con razonamiento lógico en un pueblo otrora próspero y ahora olvidado.
Nada, que si vives en San José, evita morir, o hazlo solo en caso extremo, como el título de aquella novela del búlgaro Bogomir Rainov.