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Oportunismo en clave trovadoresca

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Por Yeison Derulo

Buenos Aires.- A veces la poesía se convierte en propaganda, y la canción, en un instrumento de cálculo político. En este caso, Silvio Rodríguez y Cristina Fernández se encuentran en una comunión bastante sospechosa: la del discurso, la nostalgia, el gesto público, el aplauso fácil. Lo que podría ser un encuentro genuino entre artista y exlíder popular, se vuelve un acto que huele a conveniencia mutua.

Silvio, con su voz de cantor viejo, recorre Latinoamérica presentándose como faro inamovible de las causas justas. Lo ha hecho siempre, dicen sus seguidores, con convicción. Pero lo que duele es la precisión con que ese discurso llega en momentos donde el axioma político requiere espectáculo. Una gira, tres conciertos en Movistar Arena, visitas que se viralizan, mensajes perfectamente ajustados para redes sociales: todo parece alineado para maximizar resonancia.

Cristina Fernández, mientras tanto, aprovecha ese gesto. En plena prisión domiciliaria, inhabilitada políticamente, convierte la recepción de Silvio en un acto simbólico. No se trata solo de elogiar a un poeta, sino de armar una escena. La foto, el “gracias Silvio por tu apoyo y tu solidaridad”, el corazón al final del mensaje: todo calibrado para reforzar su figura de mártir político, icono de persistencia, víctima de proscripciones. Todo muy comprensible en el drama político argentino, pero no necesariamente muy «espontáneo».

Este oportunismo tiene costes. Diluyen la autenticidad del arte. Si la canción es puente de denuncia, se convierte en bandera cuando la usan quienes siguen en la arena del poder o quienes quieren volver a estar en ella. ¿Cuánto de esta visita es admiración real, y cuánto de imagen subida de tono para ganar adherentes? ¿Silvio lo hace porque reza con convicción, o porque sabe que su figura alimenta causas populares? ¿Cristina lo invita porque admira al trovador, o porque usar a Silvio le da rédito simbólico en las grietas que la separan del presente político?

No se trata de negar a Silvio Rodríguez como creador ni a Cristina como política. Se trata de preguntar cuándo la alianza entre poesía y política deja de ser poetisa y se convierte en estrategia. En marketing de viejas glorias, en uso calculado del símbolo para recordar a quienes votan que hay nombres que nunca cambian.

En definitiva: cuando la convicción se mide en likes, cuando el gesto se alinea con un reeditar imagen o una pulseada política, se juega con la credibilidad. Y esa, una vez usada, cuesta recuperarla.

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