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Por Equipo de El Vigía de Cuba
San José de las Lajas.- El verano de 2021 fue tórrido en Cuba. También fue violento y esperanzador. Por primera vez en más de 60 años el pueblo mandó una señal al régimen y se levantó a reclamar sus derechos. El 11 de Julio la llama se encendió en San Antonio de los Baños y en pocas horas casi un centenar de ciudades y poblados y cientos de miles de personas estaban en las calles.
El gobierno mandó a sus hordas asesinas a salir. Recuperado del primer golpe en el mentón, el presidente impuesto llamó a la militancia a reprimir y a golpear, a juzgar y a encarcelar, en una cacería descontrolada de la que no escapó ningún lugar. La hipocresía y la mentira hicieron acto de presencia. Decían que solo juzgaban a aquellos que cometieron actos violentos, pero no fue verdad. Encerraron a los líderes, a los jóvenes con carisma, con capacidad para movilizar.
En San José de las Lajas fueron a por los hermanos Jorge y Nadir Martín Perdomo. La Seguridad del Estado les armó un expediente, fiscales vendidos hicieron su trabajo y tribunales integrados por siervos del régimen los condenaron.
La paz desapareció de la casa de los Martín Perdomo. Marta, la madre, perdía libras por día. El apetito desapareció, el cabello comenzó a emblanquecer aceleradamente. El hogar dejó de ser un nido de felicidad y se sumió en la más absoluta tristeza. No había respuestas a los reclamos, no hubo indulgencia. El régimen los tomó como chivos expiatorios y decidió que tenían que pagar. Con ellos, y más de mil más, había que dar un ejemplo para garantizar que la familia real y sus cortesanos continuarán su vida de placeres y bondades.
Dos años y medio después, Martha Perdomo habla para El Vigía de Cuba. Desde su casa en la salida de San José de las Lajas responde nuestras preguntas, allí donde nace la carretera que va de la cabecera provincial al poblado de Tapaste. Lo hace con el dolor de la madre a la que le arrebataron sus cachorros, de la abuela herida porque ve sufrir a sus nietos, con el valor de las mujeres cubanas, con esa hidalguía que aprendieron en la manigua y que no perdieron jamás.
Marta sueña con la libertad de sus hijos, pero tiene los pies en la tierra y no cree en el movimiento a favor de una amnistía:
“No creo que este movimiento pueda rendir frutos. El gobierno de Cuba no reconoce que sean presos políticos. No hay ley en nuestro país. Pero, aparte, necesitaríamos muchas firmas y por lo que vemos el pueblo cubano, por el miedo, no nos ayudaría. El miedo corre por las venas de cada cubano. Nosotros, como familiares, acudimos a cualquier cosa que nos lleve a la libertad de nuestros hijos, porque ellos salieron un día a pedir libertad y no pertenecían a ningún movimiento. Ese día solo expresaron lo que sentían”.
Para la madre de Jorge y Nadir, la prisión de sus hijos ha sido dura: “No tengo palabras para describir todo lo que he pasado en estos tres años. Mi vida cambió por completo, viendo que se llevaron los pilares de mi casa, en los cuales estaba cimentado nuestro futuro, el de mis nietos y la unión de toda nuestra familia.
“Jorge y Nadir salieron el 11 de Julio para pedir cambios para nuestra isla. Los apresaron después y los llevaron a la estación de policía. Los encarcelaron y los torturaron. Cuando hablaron y dejaron clara su posición política, los separaron para hurgar en la herida del sufrimiento aún más. Así, cada uno en un lugar diferente, me hacían sufrir a mí y también a ellos, porque juntos podían enfrentar mejor ese dolor.
“Los separan para que yo sufra también y porque saben que ellos dos son como los carbones, que cuando se unen sueltan chispas. Tienen un testimonio maravilloso de su comportamiento, pero a ellos no les gusta”, dice Marta, quien lleva por dentro el dolor y la agonía de saber a sus hijos presos, lejos de casa, en una vida miserable y de penurias en las prisiones del régimen.
“Hemos sufrido mucho esta separación. Son muchos kilómetros de distancia y en estos casi tres años nos hemos desgastado… nosotros los mayores y también nuestros nietos, porque juntos nos íbamos a verlos a los dos y ahora tenemos que ir por separados”, dice afligida.
En la casa de los Martín Perdomo, con la prisión se perdió la alegría, el bullicio constante, las discusiones sobre fútbol, sobre política, y la nostalgia es más grande aún a la hora del café de la tarde, como a las tres o a las cuatro, antes de que se fueran a jugar balompié para el estadio. Esta gente no sabe lo que han hecho, han destruido una familia”, comenta con tristeza Marta, quien de seguro sabe que a los que dirigen no les importa lo que pase con el pueblo.
Cuando le preguntamos a Marta por los lugares donde se encuentran sus hijos y las condiciones de vida en prisión, nos dice que “Nadir, el más pequeño, está en Quivicán, en el campamento de mínima severidad, donde se violan todos sus derechos y para qué hablar de su comida, de su medicamento, de todas las cosas que faltan, porque él tiene una enfermedad que no es compatible con la vida en esos lugares”. Luego supimos que Nadir tiene problemas gástricos fuertes, una situación con tendencia a empeorar por la mala alimentación en la cárcel.
“A Jorgito lo pasaron para Canasí y ahora, al cabo de dos meses, o más, lo pasan para otro campamento en Ho Chi Min, donde lo mantienen encerrado todo el día. La semana pasada le dieron sol una vez en la semana, como si estuvieran en una prisión cerrada, o peor. Y de la comida para qué te voy a hablar. Los dos están mal…
“Todo eso que está pasando con mis hijos, en buena parte, es porque ellos no quieren trabajar en los campamentos, porque ellos dicen que no le deben nada a este Estado. Al contrario, creen que a ellos deberían resarcirles todo el daño que le han hecho”, confiesa.
Por otra parte, recuerda que, al principio, cuando se los llevaron presos, se vieron solos, sin solidaridad, por el miedo o por el terror implantado. Ahora mismo, la mayoría de los amigos están fuera de Cuba, pero sí han tenido apoyo de parte de ellos.
“Con el paso del tiempo, muchas personas se nos acercaban a pesar del miedo. Han tenido acciones muy lindas que nos hacen llorar, pero siempre con el terror implantado alrededor de nuestro hogar, pues tenemos hasta cámaras de seguridad, como si fuéramos terroristas. Todos saben que somos vigilados por la Seguridad del Estado.
Cuando Marta habla de los nietos, lo hace con un orgullo tremendo: “tenemos tres nietos. Mi nieta Salet, cuando se llevaron preso a su papá, tenías 11 años y como ella veía que yo hacía directas, también quiso hacer algo por la libertad de su papá y su tío. E hizo una directa que vio el mundo entero y que lo ha conmovido.
“Asened tenía cinco años cuando a su papá lo apresaron. Estaba muy apegada a su padre y esto la ha llevado a tener su trauma hasta en el aprendizaje en la escuela. Un día me preguntó por qué su papá estaba preso y yo le tuve que decir: ‘mi niña tu papá no está preso por ser un bandolero, tu papá está preso porque quería lo mejor para ti’ y ella me contestó: ‘abuela, pero era mejor que mi papá estuviera en la casa’”.
Marta recuerda también que su otro nieto, “Samir, tenía seis meses cuando a su papá, Nadir, se lo llevaron preso. Mi nuera cayó con una depresión muy grande, por la cual dejó de amamantarlo. Samir también está pasando por problemas. Apenas acaba de cumplir tres añitos y se está atendiendo por afectaciones psicológicas”.
Marta, a pesar de todo es optimista. Ya casi al final de la entrevista nos recuerda algo. Y lo hace con optimismo: “Se me olvidó contarle que cuando vinieron de pase la primera vez, en nuestra casa hubo una manifestación. Mucha gente pasó por aquí. Las personas que antes tenían miedo, lo perdieron. Todos vinieron a ver a Jorgito y Nadir, se tiraban fotos… Medio San José pasó por nuestra casa. En los tres días no hubo cómo compartir con nuestros hijos, porque no nos dejaban. Pero ellos se fueron muy orgullosos de ver que el pueblo respondió y que todos respetaban a aquellos que un día salieron por el bien de nuestra Patria”.
Jorge y Nadir son apenas dos de los más de mil jóvenes presos por expresar sus ideas el 11 de julio de 2021. Son hombres honrados, honestos, dignos, cuya única culpa fue salir a las calles a pedir por su patria, por sus hijos, por un futuro mejor. Su madre es digna de ellos y haría bien el gobierno en liberarlos, para no seguir echando más estiércol sobre un sistema en el que ya nadie cree, incluso, ni ellos mismos.