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NO TE ARREDRES

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Por Ileana Medina Hernández ()
(Por los valientes del 11 de julio, por los que aún están en prisión)
Santa Cruz de Tenerife.- Cuando se elimina la propiedad privada, y todo, desde las empresas más grandes, como la minería o la electricidad, hasta las más pequeñas, como un restaurante, un quiosco de periódicos o un carrito de helados, pasan a ser propiedad estatal, ocurren dos consecuencias catastróficas que destruyen al ser humano hasta la médula.
La primera, es que se deja de producir. El Estado no puede controlar la cadena de suministros y de productividad que va desde un único importador centralizado hasta el quiosco de los helados. En el camino campea la corrupción, la desidia, la mala gestión y la mala planificación. Como consecuencia, en el restaurante cuando hay agua, no hay vasos, o cuando hay queso no hay jamón. En el taller de mecánica cuando hay clavos no hay tornillos, y siempre en todos los casos, el que puede se roba algo para venderlo en el mercado negro.
La economía estatal no funciona. No produce absolutamente nada, porque al no haber un dueño, a nadie le importa realmente lo que allí ocurra, todos los niveles de mando son corruptibles, y todas las personas se convierten en delincuentes potenciales que roban lo que pueden de los recursos estatales, para complementar sus exiguos salarios.
La segunda gran consecuencia, y no menos importante, es la represión política. Cuando todo el mundo depende de un solo empleador, y ese empleador es el Estado con su maquinaria de represión política, la libertad de los individuos queda reducida a cero. Todas las personas se ven obligadas, para mantener su puesto de trabajo, a corear las consignas del Estado, a asistir a las manifestaciones de apoyo al Estado, a asistir a las reuniones de unas «organizaciones de masas» que no son tales, sino aparatos de propaganda ideológica permanente a favor del único partido y de la única ideología que se considera válida por mandato constitucional. Un único partido, unas organizaciones de masas casi obligatorias que solo son un eco parlante de ese partido, un único empleador, un único importador, un único dueño de los medios de producción y de los medios de comunicación.
Campea la doble moral, que en realidad no es doble sino ninguna, dado que todo el mundo tiene que simular en público algo diferente de lo que verdaderamente piensa. Se establecen mecanismos de vigilancia tanto en los barrios como en los centros de trabajo, de modo que unas personas se convierten en chivatos de otras, para obtener algunos tipos de privilegios, como el derecho a tener un teléfono fijo en su casa o el derecho a comprar una vivienda, que se dirime en unas reuniones en la cuadra o en los centros de trabajo donde unos compañeros enjuician a otros.
La represión en los sistemas comunistas alcanza cotas de la vida del individuo mucho mayores que en las dictaduras de derecha, porque es un fango viscoso, lento y pegadizo que poco a poco va envolviendo los cuerpos y las mentes de los individuos, una telaraña de la que es muy difícil o imposible salir, sino es por la vía de la huida del país y la emigración.
La pobreza generalizada y la represión cotidiana sume al individuo en una falta total de esperanza de progreso en su vida, y en la falta de responsabilidad sobre sus propios actos, que los convierte en zombies vivientes.
Dentro de eso, aún así hay individuos que trepan dentro del sistema y obtienen ciertos privilegios que los demás no tienen, formando una exigua pero efectiva casta que vive como burgueses, con unas cotas de inmoralidad aún mayor que cualquier burgués capitalista, dado que no solo lo hace utilizando recursos públicos y violando descaradamente sus propias normas, sino que encima forman parte del aparato que les dice a los demás que tienen que ser comunistas y vivir en la pobreza y la miseria sin quejarse, disfrazado de una supuesta igualdad que no existe ni existirá jamás en ningún sistema humano ni animal ni mineral. La cúspide del sistema permite ese buen vivir a sus militares, políticos y funcionarios más fieles, y de paso utiliza esa misma corrupción para defenestrarlos el día que su servilismo quiebre en lo más mínimo.
Estas razones tan básicas, que da vergüenza tener que explicarlas todavía, son las que llevaron al colapso del sistema soviético y sus vecinos de Europa del Este al comienzo de la década de los 90 del pasado siglo, a pesar de que allí tuvieron una cierta calidad de vida que a los cubanos parecía riqueza cuando allí viajaban.
Cuba, esa pobre isla tropical tan hermosa como desgraciada, treinta y pico de años después sigue en manos de una cada vez más vergonzosa clase política en un sistema cuya capacidad represora solo es comparable a la de Corea del Norte o Eritrea. No quedan muchos países más pobres y a la vez tan reprimidos como el nuestro, y menos en Occidente.
Hoy en día hay un capitalismo de estado donde las pocas empresas que manejan divisas están en manos de los hijos y nietos de altos militares. Los pocos emprendedores, esas llamadas mipymes que han autorizado, se reduce a gente que compra contenedores de cosas baratas en el extranjero para revenderlas dentro, con destino final consumidores que las compran con el dinero de las remesas de los emigrantes. La política monetaria es un desastre de manera que una pregunta casi sin respuesta es cómo esos pequeños empresarios logran convertir el dinero con el que cobran a sus clientes en nuevas divisas con que volver a comprar en el extranjero. La importación principal sigue estando en manos de la casi única empresa estatal-militar que existe, y las infraestructuras necesarias para que una sociedad y sus empresas puedan funcionar, cosas tan básicas como carreteras, alcantarillados, sistema hidráulico, sistema eléctrico… son tan precarios como en el medioevo.
Entre 2022 y 2023 Cuba perdió más o menos un 18 por ciento de su población, saltó por ahí en estos días la noticia (calculado por analistas independientes, el gobierno jamás dará cifras): más de 200 mil personas entraron a Estados Unidos en la mayor oleada migratoria de la historia.
La posibilidad de un cambio y la llegada de la libertad a veces nos parece lejana. Yo misma digo que solo veo viable la posibilidad de un cambio a lo chino o a la vietnamita, que dentro del mismo régimen gane un cierto sector capaz de abrir de una vez y de verdad la economía. Pero parece que el miedo a perder el poder político es aún mayor y ahí seguimos boqueando, como pez en la arena.
El 11 de julio de 2021, por primera vez en más de 60 años, cientos de miles de cubanos salieron a la calle en un acto de tal valentía, que nadie que no haya vivido bajo una dictadura férrea puede imaginarlo. De hecho, más de mil personas, incluidos menores de edad, siguen a día de hoy presas, cómo será una cárcel dentro de la cárcel ya de por sí sucia y asfixiante que es Cuba.
No hay experiencia previa de que ningún sistema comunista se haya caído a través de la rebelión popular. Lo que demuestra que es, de todos, el sistema represivo que más debilita las fuerzas humanas.
Una luz sin embargo entró aquel domingo de verano por esa grieta inevitable que hay en todo. La grieta de Rumi y Cohen: /there is a crack, a crack in everything/ that’s how the light gets in./
La grieta de Borges:
«No te arredres. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber un descuido, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha
pero en las grietas está Dios, que acecha.»
No paremos, amigos, compatriotas, de alimentar la brecha. Algún día terminará de mover los cimientos, aunque antes nos caigan los escombros en la cabeza.

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