Enter your email address below and subscribe to our newsletter

No soy un conejillo de indias: el grito silenciado de Hisashi Ouchi

Comparte esta noticia

El 30 de septiembre de 1999, en la ciudad japonesa de Tokaimura, tres hombres fueron víctimas de uno de los accidentes nucleares más trágicos de la historia.

Su nombre era Hisashi Ouchi, y aquel día entró a trabajar sin saber que viviría una agonía inimaginable. Junto a sus compañeros Masato Shinohara y Yutaka Yokokawa, manipulaba uranio enriquecido en una planta de reprocesamiento. Bastó un error mínimo para desatar el desastre: el tanque alcanzó masa crítica y liberó una ráfaga invisible de radiación que envolvió la sala en cuestión de segundos.

Ouchi, que estaba más cerca, recibió 17 sieverts de radiación. Una cifra que no solo es mortal, sino que destruye la vida a nivel celular. En pocas horas, su piel empezó a desprenderse, sus órganos fallaban uno tras otro y su sangre dejó de producir defensas. Y sin embargo, seguía consciente.

Lo más doloroso no fue la radiación, sino lo que vino después. Contra su voluntad, fue mantenido con vida para “observar los efectos” del accidente. Cada día se convertía en un tormento: máquinas lo mantenían respirando, cirugías intentaban reconstruir lo irreconstruible, y sus gritos llenaban los pasillos del hospital. Tras 59 días de agonía, llegó a suplicar entre lágrimas:

«No puedo más… no soy un conejillo de indias».

Pero fue reanimado tres veces después de entrar en paro. Hasta que, finalmente, su familia logró que lo dejaran descansar. Ouchi murió después de 83 días de sufrimiento, convertido en un símbolo de dolor y de dilema ético. Shinohara, su compañero, falleció poco después.

Tokaimura nos recuerda que, a veces, los peores horrores no vienen de la guerra, sino del cruce entre la negligencia humana y la ciencia sin límites. Y que la compasión, incluso frente a la tragedia, nunca debería perderse.

Deja un comentario