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No revisen las manos de los mendigos, revisen sus corazones (los de ustedes)

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Por Aliet Arzola ()

Ser UNOS PERFECTOS SINGAOS, así en mayúsculas, es el modo de vida de quienes están en el poder en Cuba. Para quien se insulte por la palabrota, no puedo ser condescendientes ni respetar a quienes tienen barra libre para atropellarnos a todos. Tampoco puedo referirme a ell@s como un gobierno, porque formar parte de un equipo gubernamental que tiene una serie de implicaciones y responsabilidades que estos esperpentos están muy lejos de cumplir.

El poder dictatorial de Cuba no lleva las riendas de nada, no conduce, no guía, no acompaña y mucho menos se preocupa por las carencias y dolores colectivos. Es un círculo asqueante, putrefacto, que desde hace muchísimo tiempo dejó a la gente a su suerte, básicamente porque no les interesa nada más que conservar su estatus y privilegios.

Cuba es hoy un país abandonado por un sistema que ha perpetuado la ineficacia, la indolencia y la violencia psicológica, a fin de cuentas la manera más decente de llamar al abuso que día tras días sufre el pueblo, sin comida, sin agua, sin electricidad, muchos sin más medios para cocinar que la leña o el carbón, como si fueran unos cabrones indígenas. El sistema ha empujado a la nación a un retroceso de más de un siglo en modo de vida. El sistema ha empujado a la gente a renunciar a derechos básicos del ser humano en el siglo XXI.

Esa ministra solo repitió lo que escucho en otros lugares

Y en medio de todo llega una ministra designada por ese mismo poder dictatorial y nos dice que en Cuba no hay mendigos, que hay personas disfrazadas de mendigos, que limpiar parabrisas en un semáforo es un modo de vida fácil, que los buzos están en el agua, que quienes buscan comida en la basura en realidad lo que están es en el negocio de la materia prima y violando el fisco…

Le ronca los cojones, señores. Que una ministra hable de evasión de fisco refiriéndose a personas que están por debajo del umbral de la pobreza, de personas que están en la miseria. Que una ministra hable de las manos y la ropa de quienes hurgan en la basura y al mismo tiempo les pida el pago de un peaje a nombre del régimen, como si esos que están sufriendo en las calles le estuvieran robando algo. De pinga…

Las frases de la ministra no están sacadas de contexto, forman parte de una intervención muy elocuente de lo que representa el pueblo cubano para todos los elementos que conforman esa cúpula de poder. Ahora van a apuntar a Marta Elena Feitó, la ministra en cuestión, un blanco fácil, pero ella no es más que una vocera de las visiones de “arriba”, un monigote al fin y al cabo, que reproduce lo que se cocina en la comodidad de los despachos del Comité Central.

Nada de lo que ella dijo no se comentó antes en círculos más cerrados, nada de lo que ella dijo no recibió aprobación previa de cargos más altos. Apuntar solo a la ministra es entrar en el juego del sistema, que sacrifica peones en su afán eterno de perpetuarse.

La renuncia debe ser en pleno

No quiten responsabilidades y si van a pedir renuncias, que sea en pleno, de la ministra, de todos los demás ministros, del presidente y de todos los diputados de la Asamblea que, como es costumbre, van a La Habana a hacer silencio, a reproducir discursos gastados y a activar el brazo mecánico para votar unánimemente por cuanta mierda se les ocurra a los ilustrados del poder.

Esos mismos diputados, por desgracia, dentro de tres días regresan a su vida sin agua, sin corriente, cocinando con leña y viendo todo lo que la ministra dice que no hay en Cuba.

Tampoco gasten más cuartillas pidiendo a la ministra que baje la ventanilla de su carro. En Cuba, hoy, no hay que bajar ventanillas, porque los niveles de pobreza, miseria, desilusión y desesperación penetran en cualquier lugar, derrumban cualquier barrera tras la que alguien busque esconderse. El poder no lo desconoce, pero simplemente no les interesa. Esa es la realidad que los cubanos debemos entender de una vez y por todas.

Mi padre Ricardo López Hevia ha dicho que antes de mandar a revisar las manos de los mendigos deben revisar ellos su corazón, pero me temo que ya es demasiado tarde para eso.

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