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Por Alberto Reyes Pías (A propósito del XXII Domingo del Tiempo Ordinario)
Evangelio: Lucas 14, 1.7-14
Camagüey.- Decía Aristóteles que la virtud estaba siempre en el “justo medio”, como un equilibrio entre dos extremos. Esta visión podríamos aplicarla al Evangelio de hoy, que nos presenta el valor de la humildad.
¿Cuáles son los extremos a ambos lados del “justo medio” de la humildad?
De una parte está lo que llamamos la “espiritualidad de la basurita”, que no es otra cosa que
apocamiento y falta de auto estima disfrazados de virtud. Es el “yo en realidad no soy bueno en nada, no soy importante, no sé hacer nada, soy poca cosa, mejor pídanselo a otro…” Esto puede ser timidez,
encogimiento, retraimiento… pero no humildad.
En la parte opuesta, está la persona que se cree superior a todos, merecedor de todo y libre de cualquier compromiso con la necesidad ajena. Es aquel que siente que “no le debe nada a nadie”, como si nunca hubiese necesitado de nadie, como si incluso ahora, no necesitara de nadie.
La humildad une el reconocimiento de todo lo bueno que se es y se posee a la conciencia de que, en la raíz de todo ello, hay algo recibido. Detrás de lo que somos y tenemos ha habido compañía, empatía,
enseñanza, experiencias y bienes compartidos, ejemplos de vida… Luego, habremos hecho más o menos con lo que recibimos, pero ninguno de nosotros partió de cero, ni en lo que es ni en lo que tiene.
Por eso, la primera actitud de la persona humilde es el agradecimiento hacia aquellos que están en el origen de lo que hoy es parte de su identidad, de su fuerza, de sus habilidades, de sus valores. Y desde el agradecimiento surge la disponibilidad para compartir con otros lo que una vez fue recibido.
La humildad no se nutre, por tanto, de actitudes de apocamiento sino del sano reconocimiento de todo aquello que nos hace útiles, capaces y valiosos, pues es precisamente esta la base desde la cual podemos proponernos a los demás en actitud de servicio.
La humildad no se expresa a través del retraimiento ni de la negación de nuestros dones y capacidades, sino en la disponibilidad serena y atenta para compartir con otros lo que, en justicia, nos toca devolver.