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No olviden que por San Antonio de los Baños comenzó todo

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Por Max Astudillo ()

La Habana.- San Antonio de los Baños vuelve a respirar ese aire extraño que precede a los huracanes sociales. En sus paredes, alguien —o muchos— ha pintado lo que todos piensan y casi nadie dice: “Cubano, la calle es nuestra. Él nos apoya!”“¡Patria y Vida!”. Letras rápidas, clandestinas, como gritos ahogados en la noche.

Es el mismo pueblo que en julio de 2021 encendió la mecha de la rabia que recorrió Cuba entera. Ahora, otra vez, alguien escribe en el muro lo que el régimen no quiere leer: que la paciencia tiene un límite.

Mientras, La Habana organiza congresos. Interminables, absurdos, surreales. Congresos sobre la productividad, sobre la patria, sobre el socialismo próspero y sostenible que solo existe en los discursos de hombres con guayabera planchada y estómagos llenos. Hablan de resistencia, de victorias morales, de imperialismos malvados.

Pero en San Antonio —y en Güira, en Gibara y en Contramaestre, y en cualquier pueblo donde la gente ya no aguanta— nadie escucha. Allí el lenguaje es otro: el de los apagones de 20 horas -o de 40-, el de los camiones que no llegan, el de los niños que duermen sobre sábanas empapadas de sudor porque ni el aire se mueve ya.

¿Cuánto tiempo puede un pueblo vivir sin luz, sin agua, sin comida, sin transporte? ¿Cuánto tiempo puede fingir que cree en los cuentos de hadas revolucionarios mientras abre refrigerador y solo encuentra huecos? La pobreza no es solo no tener: es saber que unos pocos sí tienen. Es ver cómo los mismos de siempre viajan, comen, ríen y se fotografían en eventos millonarios mientras a ti te piden “resistir” con un vaso de agua azucarada y una sonrisa patriótica.

Las consignas y las promesas no valen ya

La represión ya no es suficiente. Los arrestos, las amenazas, los actos de repudio… todo eso sirvió un tiempo. Pero ¿qué hacer cuando ya no hay miedo que valga? Cuando el hambre es mayor que el temor, cuando la desesperación rompe hasta los cerrojos de la cautela.

El 11J les enseñó que la rabia puede más que el adoctrinamiento. Y ahora, en San Antonio de los Baños, alguien vuelve a recordárselo: pintando paredes, desafiando la oscuridad, diciendo sin palabras lo que pronto podría gritarse en las calles.

No se trata de conspiraciones extranjeras ni de mercenarios. Se trata de lo elemental: de madres que no pueden darle de comer a sus hijos, de ancianos que se desmayan en las colas bajo el sol, de jóvenes que ya no creen en nada —ni siquiera en la huida— porque hasta escapar cuesta lo que no tienen.

¿Qué queda cuando se pierde hasta la esperanza? Solo queda la rabia. Y la rabia, cuando hierve demasiado tiempo, quema todo lo que toca.

Así que no lo olviden. No lo borren con pintura gris ni lo silencien con discursos. En San Antonio de los Baños empezó todo en 2021, y en San Antonio de los Baños podría volver a empezar. Porque un pueblo no puede vivir eternamente entre la miseria y la mentira. Porque tarde o temprano, hasta el silencio se cansa. Y entonces, solo entonces, ya no habrá congreso ni consigna que valga.

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