Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Luis Alberto Ramirez ()
Miami.- El episodio protagonizado por Bruno Rodríguez Parrilla en la ONU es otro ejemplo de la doble moral del régimen cubano. El canciller interrumpió al representante de Estados Unidos, lo acusó de mentiroso y grosero, y utilizó todos los calificativos que su costumbre autoritaria le permite.
Lo curioso es que, en Cuba, un ciudadano que hiciera lo mismo, interrumpir a un funcionario o llamarlo mentiroso, sería arrestado de inmediato, procesado por desacato y probablemente condenado a prisión.
Rodríguez exigió “democracia” al diplomático estadounidense, como si el régimen que representa conociera siquiera el significado de esa palabra. En la Isla, exigir democracia es un delito, pedir elecciones libres es considerado contrarrevolución, y publicar una opinión crítica en redes sociales puede llevar a la cárcel.
La escena en la ONU retrata perfectamente la incoherencia del discurso oficial cubano: un gobierno que reclama respeto y libertad de expresión fuera de sus fronteras, mientras niega ambas cosas dentro de las suyas.
Si la situación hubiese sido al revés, si un representante extranjero interrumpiera al cubano y lo acusara con el mismo tono, La Habana estaría denunciando una “agresión imperialista” o una “ofensa a la dignidad nacional”.
El canciller Bruno Rodríguez no habló en nombre de la verdad ni de la diplomacia, sino del viejo reflejo del poder absoluto: el de quien confunde micrófono con tribuna y libertad con licencia para imponer su versión única de los hechos.
Lo más curioso de esto, es que el representante de Estados Unidos lo aceptó, como si fuera un regaño de su padre, como si el canciller cubano fuera su jefe ¿será?