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Por Joel Fonte
La Habana.- En noviembre del 2016, casi nueve años atrás, le escuché a un reconocido periodista peruano también enemigo del castrismo y a mi juicio un lúcido analista político, justificar sobradamente el porqué no es inhumano alegrarse de la muerte de otra persona.
Su reflexión estaba motivada por el fallecimiento solo unos días antes del dictador Fidel Castro.
Hasta ese momento, con más de 40 años vividos, aún era para mí deshonesto tal sentimiento: lo entendía como monstruoso, como una culpa ancestral y salvaje.
Como tantas ideas erróneas, tal culpa la había asumido a lo largo de la vida menos con conciencia crítica, o como parte de una valoración racional, que como una reflexión humana, ética.
Pero aquellas palabras y el cuestionamiento posterior de tal ‘culpa’ rehicieron mi perspectiva: asumí como una realidad que sí se puede uno alegrar de que alguien abandone esta tierra, y eso no nos hace bestias, no nos desnaturaliza como seres humanos, porque somos vulnerables por nuestra misma esencia y tenemos derecho a los sentimientos, a las emociones, a querer, y hasta a odiar.
He pensado en eso a consecuencia de la muerte ahora del jefe de la iglesia católica.
Y he analizado también, como en todos estos años, los inundados de odio que estamos los cubanos, el resentimiento que muchos llevamos dentro; he meditado otra vez en las alternativas para superar ese daño que nos ha hecho -y sigue haciendo- haber vivido tantos años bajo una dictadura que ha victimizado nuestra existencia, la de nuestros padres, la de nuestros hijos.
Los cubanos, tal vez más que ningún otro pueblo en este mundo, tenemos la obligación de ser mejores seres humanos, pero también derecho a alegrarnos de que nuestros asesinos desaparezcan de la faz de la tierra.
En cuanto al Obispo de Roma, pues solo siento pena. Pena de que un hombre de tan profundo pensamiento, de tan honda cultura, obligado por su rol de líder espiritual a llevar a los más pobres, a los más abandonados -a nosotros, los cubanos- la solidaridad, el aliento y la esperanza, nos haya dado la espalda y fraternizado por años con nuestros victimarios, esos que han sido la representación del mal para millones aquí, que han sido enemigos de la libertad de Cuba y por consiguiente, enemigos de Cristo: los Castro.