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Por Eduardo Díaz Delgado ()
Hay gente cazando en redes a quienes reaccionan a la muerte de Cabrisas, el vice primer ministro cubano. Y la verdad, la comparación que algunos intentan hacer ofende la inteligencia.
Hace apenas unos días murió un joven influencer estadounidense y muchos —entre ellos yo— nos indignamos al ver a personas celebrando. ¿Cuál es la diferencia? Muy simple: Charlie Kirk podía ser polémico, podía lanzar frases duras, pero se limitaba a hablar. Abría debates, y siempre existía el derecho a réplica.
Cabrisas, en cambio, no fue un simple opinador. Fue una pieza clave en la maquinaria de una dictadura que le ha robado todo a su pueblo.
Desde su puesto manejó las finanzas de un Estado que vive del endeudamiento y de la miseria ajena. Y aunque fuera solo una herramienta, como los guantes de Freddy Krueger (sí, personaje ficticio), su función sirvió para lastimar y hundir a mucha gente.
¿Entonces por qué habría que sentir lástima?
Tampoco digo que festejar la muerte sea lo más noble. Al fin y al cabo, su desaparición no cambia nada. El castrismo siempre encuentra otro mediocre, otro hijueputa dispuesto a seguir robando. Pero entiendo el alivio: deja de estar entre nosotros alguien que eligió formar parte consciente de la maquinaria del abuso.
Cuando mueran los verdaderos responsables directos de tanto dolor en Cuba, ahí sí la conversación será distinta. Porque la tristeza, que ya se ha vuelto rasgo de mis paisanos, no nació de las palabras de un polemista extranjero, sino de décadas de dictadura sostenida por hombres como Cabrisas.