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Por Yeison Derulo

La Habana.- El nuevo Programa de Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía de Cuba no es más que otro intento del régimen por disfrazar su fracaso con el eslogan de la “participación popular”. Según Granma, el pueblo tendrá la oportunidad de “analizarlo” del 15 de noviembre al 30 de diciembre, en las estructuras del Partido, la Juventud, los sindicatos y las organizaciones de masas. Lo de siempre: los mismos actores de la obediencia, aplaudiendo lo que ya está decidido desde arriba. Porque, si algo ha demostrado el castrismo durante más de seis décadas, es su capacidad para confundir debate con simulacro.

Esta estrategia de convocar al pueblo a opinar sobre lo que nunca podrá cambiar es un viejo truco de supervivencia. Lo venden como un gesto de “democracia participativa”, pero en realidad es un acto de control ideológico masivo. Los asistentes —funcionarios, militantes, estudiantes— saben perfectamente lo que deben decir para no buscarse problemas. Ninguna de esas asambleas servirá para mejorar la economía ni para resolver los apagones, el hambre o la miseria. Servirán, eso sí, para llenar actas y demostrarle al buró político que “el pueblo apoya las medidas revolucionarias”.

Mientras tanto, los verdaderos problemas siguen ahí, pudriéndose bajo la alfombra. Las termoeléctricas no dan abasto, la inflación devora los salarios y el cubano de a pie sigue haciendo malabares para conseguir un litro de aceite o un poco de pan. Y todavía pretenden que la gente crea en un programa que, en su esencia, mantiene el mismo modelo que los ha hundido desde 1959. No hay reforma real sin libertad económica, sin propiedad privada, sin apertura política. Pero eso, claro, no entra en los planes del Partido.

Hablan de “debate y construcción colectiva”, como si el país no estuviera paralizado por el miedo y la censura. La construcción colectiva de la que deberían hablar es la de un nuevo sistema, donde el ciudadano pueda decidir su destino sin depender de una libreta de abastecimiento ni de un comité que le revise la vida. Pretenden que el pueblo corrija las “distorsiones” del modelo socialista, pero el modelo entero es la distorsión. Lo que hace falta no es corregirlo: es desmontarlo.

Al final, esta consulta no será más que otro teatro. Los dirigentes del Partido se reunirán, aplaudirán sus propias consignas y, luego, anunciarán en televisión que “el pueblo aprobó el programa por unanimidad”. Lo mismo de siempre, pero con otro nombre. Porque el único programa capaz de reimpulsar a Cuba es el de su propia libertad. Y ese, por desgracia, no está en discusión.

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