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Por Jorge Fernández Era ()
La Habana.- Me entero por Alina de que hoy es el «Día de no rendirse nunca». Aunque hace rato lo tengo decidido, me reconforta que así sea.
Otras connotaciones hacen igual de importante para mí esta jornada. Hace exactamente un mes, dos cínicos y fascistas agentes de la Seguridad del Estado me propinaron una golpiza con la complicidad de dos más y de los policías de la Unidad de la PNR de Zanja. Todos merecen esos calificativos y muchos más que pudiera endilgarles (esbirros, sicarios, secuaces, malparidos y otros que el pudor de Facebook no me permite mencionar).
Los que justifican actos como este aludiendo que me propasé en el tratamiento a dichos especímenes, olvidan que existió un intelectual como Rubén Martínez Villena (encabezó la Protesta de los Trece, hecho al que Alina, Jenny, yo y otros compatriotas rendimos homenaje con nuestro acto cívico de cada día 18), quien le llamó Asno con Garras al tirano Machado en su propia madriguera (la casa de un ministro de gobierno), y nadie lo reprimió por ello. Que Fidel Castro, en su alegato «La historia me absolverá», calificó en más de una ocasión con el justo calificativo de asesinos a quienes ultimaron a sus compañeros de asalto, y no por ello su sanción fue más severa ni en la prisión sufrió vejamen alguno, permitiéndosele incluso la creación de una academia en la que el marxismo ocupó un lugar primordial.
Los que cierran los ojos ante los actos dictatoriales del actual gobierno, aun cuando estén convencidos de que nunca he mentido por muy contundentes que sean mis críticas y denuncias, necesitan de un «No, eso no es posible» y hasta de un infame «Por algo se lo habrán hecho» para justificar su sumisa cobardía. Una frase que encontré por acá retrata a esos «fieles»: «El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos».
A pesar de reclamar (por un proceso violatorio de la Constitución y de otras leyes dictadas por ellos mismos) ante personas tan sacrosantas como el presidente de la República, transcurrido un mes nadie se ha dignado en entrevistarme, como si torturar a un detenido en un «Estado de Derecho» fuera lo más normal del mundo.
Debo significar las valientes declaraciones del realizador Jorge Fuentes por un lado y de la Asamblea de Cineastas Cubanos por otro, con Fernando Pérez, Gustavo Arcos, Luis Alberto García, Ernesto Daranas, Rosa María Rodríguez, Kiki Álvarez, Manuel A. Rodríguez Yong y Juan Antonio García Borrero al frente, así como las innumerables muestras de apoyo que he recibido por parte de muchas personas que me conocen o no.
No importa que cientos de intelectuales que dicen ser muy revolucionarios me den la espalda en este trance. Con su silencio, le dan luz verde a los que me hicieron esa canallada, y le otorgan impunidad a un autoritarismo que puede llegar más lejos y convertirlos en víctimas.
El 18 de julio me porté bien y di pie a que se bajaran con un video que para un sistema jurídico que no se subordine al poder y no sea parte de su aparato represivo constituiría prueba inequívoca del actuar de esos genízaros. Comenzaré a portarme «mal» entonces. Si otra vez vienen por mí y me conducen a sus mazmorras, se oirán mis gritos. Y tendrán, como ya dije, que matarme.
Por primera vez en muchos meses, la comitiva no está parqueada a pocos metros de mi edificio desde antes de las siete de la mañana. Si sucediera el milagro de que no se aparezcan más tarde (no les niego su derecho al descanso), me dirigiré hacia el monumento a Martí del Parque Central y me pararé en protesta pacífica entre las tres y las cuatro de la tarde. Una hora antes, a las dos, saldré a pie de casa con el siguiente recorrido: Flores – Zapotes – Parque Santos Suárez – Santa Emilia – Calzada de Diez de Octubre – Cristina – Cuatro Caminos – Monte – Parque de la Fraternidad – Parque Central. Hago público el itinerario no para que se sume nadie, sino para que todo el que pueda lo documente con imágenes, no vaya a ser que pretendan agarrarme en «Monte» y acusarme de insurrección armada.
No importa que algunos contemplen el hecho y viren la cara. Me basta con el apoyo de los verdaderos amigos. Me basta con la digna renuncia de Laide a la Uneac, una institución que es vergüenza pública y funciona a la postre como fuerza paramilitar. Me basta con igual actitud de mi hermano al entregar el carnet que lo avalaba como militante del Partido Comunista de Cuba, engendro que maneja los hilos de esta madeja y da la orden de combate.
Nuestro padre, a quien perdimos un día como hoy hace treinta y cinco años, me repetía que un hombre debe ser fiel a su pensamiento y defenderlo hasta las últimas consecuencias; que ello forma parte de la honradez, la dignidad y la convicción de hacer el bien. Juro por su memoria que seré consecuente con sus enseñanzas.
(La primera de las fotos aprovecha una de las obras de la muestra «Los ciclos del absurdo», del escultor Marco Luis Pérez, en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de la Plaza Vieja. La segunda es el absurdo mismo: adelanto mi indumentaria para que mis captores me identifiquen más rápido).