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Moa, el pueblo cubano que exporta níquel e importa cáncer

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Por Max Astudillo ()

En Moa, el aire no se respira: se mastica. Los vecinos escupen negro, limpian sus casas cada hora y ven cómo el cáncer se instala en sus pulmones. Esto sucede con la misma naturalidad con que el régimen cubano deposita los dólares del níquel en sus cuentas.

Mientras el Ministerio de Energía y Minas (MINEM) habla de «paros técnicos» y «protocolos», los moenses muestran en redes sociales las manos cubiertas de polvo tóxico. También muestran las sábanas manchadas de hollín y los niños con erupciones cutáneas.

«Es como si respiráramos veneno. Esta gente nos está matando lentamente», escribe un vecino en Facebook, mientras el gobierno insiste en que todo está bajo control.

La farsa del «desarrollo sostenible»

El MINEM admite que los electrofiltros de la planta Ernesto Che Guevara —esa reliquia industrial que parece sacada de una pesadilla soviética— están rotos. Asegura que cumplen con la Ley Ambiental. Mientras, estudios del Instituto Nacional de Higiene revelan que Moa soporta niveles de dióxido de azufre 290 veces superiores a lo permitido.

La ironía es grotesca: Holguín es la provincia que más invierte «en protección ambiental», según el régimen. Sin embargo, sus fábricas escupen humo como chimeneas de la Revolución Industrial.

El silencio cómplice

Nadie escucha a Moa. Ni el CITMA, ni el Partido Comunista, ni siquiera los periodistas estatales. Ellos prefieren hablar de la «minería sostenible» mientras los vecinos graban videos desesperados: «Lo que sale de tu garganta es negro».

El único gesto de las autoridades fue un comunicado burocrático. Este atribuye la crisis a un «paro planificado de 24 horas», como si el polvo que cubre escuelas y hospitales fuera un malentendido pasajero.

La ecuación perversa: níquel = dólares ≠ salud

Cuba exportó 2.320 millones en níquel entre 2019-2023, pero en Moa el transporte es de carretas. Las casas tienen pisos de tierra y el hospital no tiene medicinas para tratar el asma.

Los salarios son un poco más altos que en el resto del país —el cebo perfecto—. Sin embargo, el costo lo pagan los pulmones de los trabajadores.

«Es un pueblo que respira veneno para sostener un gobierno que lo abandona», resume una investigadora de la Universidad de La Habana.

El exilio o la muerte

La población de Moa ha caído en 7.000 habitantes desde 2012. Los que se quedan lo hacen por necesidad; los que pueden, huyen. «Limpias y al momento ya estás sucio otra vez», escribe Yacelis Leyva, quien emigró con su familia.

No es casualidad: un estudio de 2011 vinculó la contaminación con tasas anormales de cáncer de pulmón, pero el régimen nunca permitió investigaciones independientes.

La mentira que todo lo cubre

El polvo de Moa no es solo un desastre ecológico: es la metáfora perfecta del castrismo. Un sistema que sacrifica vidas por divisas, miente con estadísticas inventadas y convierte a los ciudadanos en daños colaterales de su propia ideología.

Mientras, en La Habana, los burócratas siguen repitiendo el mantra de la «soberanía». Lo hacen con aires acondicionados y agua embotellada, como si el humo que asfixia a Moa no fuera también made in Cuba.

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