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MIL PESOS DE FUTURO, CERO PESOS EN EL PRESENTE

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Por Redacción Nacional

Camagüey.- En un país donde estudiar en la universidad es aún, en el discurso oficial, un derecho garantizado por la revolución, la realidad ha terminado siendo el espejo más cruel. Hoy, para un estudiante de Guáimaro, solo el traslado hasta su centro universitario cuesta mil pesos semanales. Mil pesos que, en la Cuba de hoy, cuestan mucho tenerlos. Así, el conocimiento dejó de ser un privilegio del pensamiento para convertirse en un lujo del bolsillo.

La beca no es opción para muchos. Y no lo es por las razones que todos saben pero que pocos se atreven a decir en voz alta: malas condiciones, comida infame, soledad y la creciente inseguridad. Entonces el estudiante regresa a casa cada vez que puede, no por capricho, sino por necesidad, por supervivencia emocional, por salud mental.

Y aun así, hay quien insiste en hablar de educación gratuita. Como si fuera gratuita una carrera que obliga al joven a trabajar mientras estudia, a vender pizzas, cargar cajas, servir mesas o actuar de dependiente en un merendero para pagarse la leche en polvo y el pan duro. Lo que era un privilegio revolucionario, hoy es un vía crucis, un reto constante donde cada clase cuesta más que un pasaje en ómnibus.

¿Dónde están las autoridades que deberían garantizar las condiciones mínimas para que un joven no tenga que renunciar a su vocación por falta de dinero? ¿Dónde están los dirigentes que prometieron que nadie se quedaría atrás? Están en sus oficinas, firmando convenios, organizando desfiles para el 1ro de Mayo mientras los estudiantes desfilan hacia la deserción académica.

Pero no solo el transporte es un obstáculo. También lo es el deterioro del sistema de ingreso. Las famosas pruebas, que en otros tiempos eran un filtro de mérito, se han convertido en un trámite formal, una lotería donde las carreras se otorgan como si fueran rifas de feria. A veces ni se presentan a los exámenes y ya tienen asegurada una plaza. ¿Resultado? Aulas llenas de estudiantes desmotivados que terminan por abandonar.

La educación superior cubana está atrapada en un callejón sin salida: por un lado, el deterioro económico la convierte en un privilegio inalcanzable; por el otro, la falta de rigor en el ingreso la vuelve una farsa para muchos. Y mientras tanto, los que de verdad quieren estudiar, los que se parten el lomo para ser algo más que sobrevivientes, terminan marginados, excluidos, rotos.

Mil pesos semanales no deberían ser la barrera que impida a un joven ser médico, ingeniero o maestro. Mil pesos no pueden valer más que un sueño. Y sin embargo, en esta Cuba que hace tiempo dejó de mirar al futuro, el precio de la educación es más alto que nunca.

La dictadura, que tanto presume de sus logros en materia educativa, debería bajar de la tribuna y subirse en una guagua de Guáimaro a Camagüey. Quizás así entienda por qué cada vez menos jóvenes quieren estudiar aquí, por qué se van, por qué se cansan. Porque no se trata de tener universidad para todos, sino de tener país para ellos.

Y eso, hoy, no existe.

(Aquí dejamos un trabajo de la prensa oficialista sobre el costo de estudiar hoy día en una provincia de Cuba. Resulta sorprendente estos tipos de trabajos dentro del oficialismo, una muestra real de que las cosas en este país andan al límite.) https://www.adelante.cu/index.php/es/opinion/31169-estudiar-pero-a-que-costo

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