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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)
Houston.- El último líder de la Unión Soviética fue, paradójicamente, quien abrió las puertas de su final. Su nombre quedó marcado por el intento de modernizar un sistema que ya había agotado su razón de ser. Su dilema fue el de un hombre que quiso salvar lo imposible.
Mijaíl Serguéievich Gorbachov asumió el poder en 1985, cuando la Unión Soviética mostraba los síntomas de una profunda enfermedad estructural. Fue el último secretario general del Partido Comunista, pero también el primero en entender que el modelo que sostenía al sistema estaba en ruinas. Su drama histórico consistió en intentar revivir un socialismo moribundo, corroído por la corrupción, la burocracia y la mentira institucionalizada.
Cuando Gorbachov llegó al Kremlin, la URSS era todavía una superpotencia militar, pero su economía se hallaba estancada.
La producción agrícola e industrial no respondía a las necesidades del país, el nivel de vida del ciudadano común se deterioraba y las largas colas para obtener alimentos eran parte del paisaje cotidiano.
Mientras Occidente avanzaba tecnológicamente y se abría a nuevas formas de bienestar, el sistema soviético permanecía anclado en una economía de planificación rígida y control absoluto del pensamiento.
La censura, el secretismo y la represión de cualquier crítica hacían imposible la innovación. Gorbachov lo entendió: la URSS no podía competir en la economía mundial si continuaba sometida a esa estructura inmóvil.
En un intento de renovar el sistema, Gorbachov impulsó dos reformas históricas: la Perestroika (reestructuración) y la Glasnost (transparencia).
Con la primera buscaba descentralizar la economía y dar autonomía a las empresas; con la segunda, abrir espacios de crítica y libertad de expresión.
Pero ambas ideas resultaban incompatibles con el ADN del comunismo, basado en el control total y la obediencia al partido.
La apertura permitió que afloraran los reclamos reprimidos durante décadas. Los pueblos del bloque soviético vieron en esas reformas una grieta por donde escaparse hacia la libertad.
En 1989, Gorbachov visitó Cuba. Su encuentro con Fidel Castro fue, más que diplomático, un choque de visiones.
El líder soviético deseaba atraer a Cuba a su agenda de renovación; Fidel, en cambio, lo miraba con recelo.
Gorbachov hablaba de apertura, de corregir los errores del pasado; Castro respondía con dogmas.
Ambos representaban polos opuestos: el reformador y el inmóvil, el político que buscaba modernizar y el caudillo que se negaba a soltar las riendas del poder.
Gorbachov comprendió entonces que Fidel Castro preferiría hundirse con su ideología antes que admitir el fracaso del sistema. Cuba quedaría, una vez más, fuera de la historia y atrapada en su propio inmovilismo.
El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín. Con él se desplomó el símbolo más visible de la división del mundo.
La apertura iniciada por Gorbachov desencadenó un efecto dominó: los pueblos del Este se levantaron, las fronteras se abrieron y los regímenes comunistas se desmoronaron sin resistencia.
La “gran potencia soviética” quedó deshecha en pocos años.
Setenta años de control, propaganda y miedo no pudieron sostener una estructura basada en la mentira y la represión.
Su figura quedó marcada por la contradicción. Para algunos, fue el hombre que destruyó el imperio soviético; para otros, el que permitió su renacimiento moral.
No fue un traidor ni un ingenuo, sino un reformador que intentó dar humanidad a un sistema inhumano.
Su tragedia personal radicó en su buena fe: quiso salvar lo que debía dejar morir.
Sin proponérselo, se convirtió en el sepulturero del socialismo soviético y en el artífice de una nueva etapa para Europa.
Con Gorbachov cayó el muro, la farsa y la esclavitud ideológica que oprimió a millones.
Su legado no está en la restauración del comunismo, sino en haberlo desenmascarado.
Intentó salvar un sistema imposible, pero al hacerlo liberó a media humanidad del yugo totalitario.
Y esa paradoja lo convierte, más que en un político, en una figura trágica y necesaria de la historia contemporánea.
“La libertad no es algo que se nos dé; es algo que debemos aprender a usar con responsabilidad.” — Mijaíl Gorbachov