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Por Albert Fonse ()
En estos días me ha pasado algo curioso. He dicho exactamente lo mismo que siempre he dicho. He defendido los mismos ideales, con la misma frontalidad, atacando a los mismos enemigos de la libertad. No he cambiado ni una coma en lo que pienso ni en lo que creo. Pero esta vez, el problema no fue lo que dije, sino a quién se lo dije.
Me atacaron los que decían pensar como yo. Me cuestionaron los que antes me aplaudían. No fue la izquierda. No fueron los castristas. Fueron los supuestos anticomunistas, los que dicen luchar por lo mismo que yo. ¿La razón? Porque esta vez señalé algo que muchos prefieren callar: una falta de contundencia en la política hacia la dictadura cubana, justo cuando más esperábamos lo contrario.
No lo hice por capricho ni por protagonismo. Lo hice porque sigo esperando lo que muchos esperábamos: firmeza. Coherencia. Acción. Lo mismo que celebré antes, lo exijo ahora. Porque cuando se trata de dictaduras, la ambigüedad no es una estrategia, es una concesión.
Apoyé a Trump desde el principio. No desde la comodidad, sino en los tiempos difíciles. Cuando no era popular hacerlo. Cuando boicoteaban cuentas, censuraban perfiles, y muchos preferían quedarse callados. Lo defendí porque vi medidas reales: el listado de empresas bajo control militar en Cuba, la inclusión del régimen en la lista de países patrocinadores del terrorismo, la activación completa del Título III de la Ley Helms-Burton, que generó un terremoto legal y diplomático contra quienes hacen negocios con lo robado.
Todo eso lo hizo en medio de un clima político envenenado. Con Nancy Pelosi al mando del Congreso, con una prensa empeñada en destruirlo, con un juicio político sin pies ni cabeza, con ciudades ardiendo durante protestas violentas, y con traiciones dentro de su propio equipo. Lo atacaron desde adentro y desde afuera. A pesar de todo, impuso respeto internacional, mantuvo a raya a Corea del Norte, firmó acuerdos históricos en Medio Oriente, fortaleció la OTAN, y además tuvo tiempo para presionar a la dictadura cubana como no se había visto en décadas.
Por eso, cuando ganó estas elecciones con más fuerza que nunca, creí que la embestida contra el castrismo sería inmediata. Porque ahora tiene el poder, la experiencia y un equipo de primera línea, con figuras como Marco Rubio, que conocen bien el tema. Pero ese golpe esperado no ha llegado.
Mi reclamo no es único. Quienes realmente conocen este terreno, dentro y fuera del país, lo comprenden. Lo han dicho en privado y en público. Incluso desde sectores cercanos a la Casa Blanca. Saben que no hablo desde la rabia, sino desde la coherencia. Desde el dolor de ver cómo se sigue perdiendo tiempo, mientras en Cuba los verdugos siguen ahí.
Los ataques, en cambio, vienen de otro lado. De los que han hecho de la política un espectáculo. De los que repiten sin pensar lo que escuchan de sus influencers favoritos, incapaces de tolerar una crítica, aunque sea justa y fundamentada. Han perdido la capacidad de cuestionar. Para ellos, la lealtad significa obedecer en silencio, y cualquier pensamiento independiente les incomoda. Dejaron de seguir una idea para empezar a seguir un líder.
Mantengo la esperanza de que antes de terminar su mandato me calle la boca. Que vuelva la contundencia. Que regrese la presión. Si ocurre, lo diré con la misma fuerza con la que hoy levanto la voz. Porque no me duele rectificar. Me dolería, en cambio, quedarme callado.
A quienes me acusan de haber cambiado, les digo: no me moví ni un centímetro. Mi único objetivo es la libertad de Cuba. Todo lo que apoyo o denuncio parte de ahí. Si alguien actúa con firmeza contra la dictadura, cuenta conmigo. Si la protege o la ignora, me tiene de frente. No importa quién sea. En Cuba todavía hay presos políticos, censura, hambre y represión. Por eso Cuba siempre va conmigo. No como un recuerdo, sino como una urgencia.
No soy yo quien ha cambiado. Ustedes son los que ahora confunden lealtad con obediencia. Olvidan que los principios no se arrodillan ante nadie. Por eso seguiré donde siempre he estado: del lado de la libertad. Con quien sea, o contra quien sea.