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Por Luis Alberto Ramirez ()
En un ejercicio de cinismo que raya en lo criminal, la prensa oficial cubana, específicamente el portal Cubadebate, publicó recientemente un “análisis”. Intentan vender como buena noticia una de las muchas derrotas económicas del régimen: la caída del turismo.
Según los datos divulgados, entre enero y junio de 2025 llegaron a Cuba 1.360.650 viajeros, un 81% del total recibido en el mismo período del año anterior. Es decir, hay menos turistas, menos ingresos y menos divisas.
Hasta ahí, todo mal. Pero lo insólito viene después. La prensa castrista, siempre dispuesta a convertir los fracasos del régimen en victorias morales, concluye que esto es positivo para el pueblo cubano porque «hay más comida». Aunque perjudica la economía nacional, la prensa concluye esto.
¿Más comida para quién? ¿Desde cuándo se puede hablar de “sobras” en un país donde conseguir un litro de leche es una proeza? Aquí, los niños van a la cama con hambre y solo los que reciben remesas pueden aspirar a una dieta mínimamente decente.
Lo que esta lógica revela, sin disimulo alguno, es el sistema de prioridades del castrismo. Primero se alimenta al turista, y lo que sobra, si sobra algo, es para el pueblo. Es como si el cubano fuera un perro callejero esperando bajo la mesa a que caiga una migaja.
El mensaje implícito es tan claro como ofensivo. El pueblo cubano no es sujeto de derechos, sino un instrumento, una pieza dentro del engranaje del negocio turístico. Es visto como un bulto humano prescindible que se sacrifica cuando hay que llenar buffets para canadienses o europeos, y que apenas es recordado cuando estos dejan de venir.
Para colmo, en el mismo discurso oficial, el gobierno admite que más del 70% de los alimentos consumidos en la Isla deben ser importados. Entonces, ¿qué milagro agrícola ha ocurrido que ahora “sobra” la comida? La realidad es que no hay ni producción suficiente ni distribución justa. Existe un sistema basado en la escasez programada, la desigualdad y el control político a través del hambre.
Lo que revela este tipo de publicaciones no es solo una desconexión brutal con la realidad de la calle. También muestra una perversa visión del ciudadano común. Para el régimen, el cubano no es el fin, sino el medio, un recurso a explotar cuando conviene, y a marginar cuando estorba. Y si en algún momento aparece un poco más de comida, no es porque el sistema funcione, sino porque falló el negocio.
Lo verdaderamente escandaloso no es la manipulación de datos turísticos, ni siquiera la hipocresía de los voceros oficiales. Lo intolerable es la normalización del abuso y el intento de convertir el hambre crónica en virtud. También es intolerable hacer pasar la humillación cotidiana como una bendición circunstancial.
Hablar de «sobras» en un país que lleva más de medio siglo sobreviviendo entre apagones, colas interminables, mercados vacíos y platos casi vacíos, no es solo una falta de respeto. Es una confesión brutal: el pueblo cubano no importa, solo se le considera cuando no estorba. Y eso no se llama socialismo. Eso se llama desprecio por Cuba.