Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Melissa, o la fotografía que el gobierno no quería que viéramos

Comparte esta noticia

Por Max Astudillo ()

La Habana.- Es un milagro, dicen. El milagro cubano de que un huracán pase y no se lleve a nadie por delante. Y hay que alegrarse, sin duda, si es que es verdad, que en este país a veces las estadísticas son tan etéreas como el humo de un puro. Celebremos, pues, que no hay muertos que contar. Pero quizás deberíamos preguntarnos si es que el huracán se llevó algo más, algo que no aparece en los partes oficiales: la poca dignidad que le quedaba a la Revolución, ese traje viejo y lleno de agujeros que nos venden como uniforme de gala.

Ver vídeo: (https://www.facebook.com/share/v/1CjHcWLZh6/)

Porque lo que Melissa dejó al descubierto no fue solo la fuerza de la naturaleza, sino la miseria acumulada de décadas. No sopló sobre un país de cemento y acero, sino sobre un archipiélago de casas de tablas podridas que se tambalean con una brisa, techos de guano de palma real –que suena bonito y poético hasta que recuerdas que es solo paja sobre la cabeza de una familia– y colchones que tienen más años que la propia revolución, surcados por el mapa de todas las penurias. Esa es la vivienda digna de la que tanto hablan. La que se vuela con el primer estornudo de un ciclón.

Y entonces llega el triunfalismo oficial, esa coreografía macabra de generales con uniformes impecables paseándose por el barro como si fueran turistas en un safari de la pobreza. Hablan de la capacidad de resistencia del pueblo, que es la forma elegante de decir «miren cómo aguantan vivir en la mierda». Porque mientras ellos muestran en la televisión las colas para un pedazo de pan o una pastilla de paracetamol, se les olvida mencionar que esas colas son la normalidad de todos los días, con huracán o sin él. Que no hay agua potable, ni comida en las tiendas, ni medicinas en las farmacias. Que evacuar no es una operación logística, es una carrera de obstáculos para ver quién consigue un camión que funcione o un caballo.

El desastre es la vida deplorable

Lo más obsceno no es la pobreza, que al final es la misma de siempre. Lo verdaderamente vomitivo es el contraste. Melissa, sin querer, hizo de fotógrafo. Retrató la Cuba real, la de las letrinas en pleno siglo XXI, y la puso al lado de la Cuba de la cúpula, la de las mansiones en Siboney y los carros alemanes. El huracán no tuvo miramientos: destapó la ficción. Mostró que aquí hay dos países: uno que sufre y otro que observa el sufrimiento desde un balcón con aire acondicionado.

Así que no, no hablemos de éxito. No es un éxito que la gente no se haya muerto ahogada para morirse después de disentería o de hambre. No es un logro de un sistema, es la prueba de su fracaso más absoluto. El verdadero desastre no fue Melissa. El verdadero desastre es lo que el viento dejó ver: la vida deplorable, la que han construido ladrillo a ladrillo de miseria y discursos vacíos. La que sigue ahí, quieta, esperando el próximo ciclón o la próxima mentira, lo que llegue primero.

Al final, uno piensa que quizás el huracán se llamaba Melissa, pero la catástrofe tiene otro nombre, más largo y más viejo, que empieza por «b» y termina en «urocracia». O se llama Revolución. Y de esa, no hay protocolo de evacuación que valga. Esa se queda, instalada en el poder, mirando cómo el pueblo se ahoga en la misma miseria de siempre, pero ahora, con viento fuerte.

Deja un comentario