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Por Eduardo González Rodríguez ()

Santa Clara.- Y uno no quiere, pero no puede evitarlo. Es imposible sentarse en el balcón a la espera de que pongan la corriente y tener el cerebro en mute. Por lo menos a mi comienzan a correrme, no sé si por la sangre, ideas y recuerdos a una velocidad tan tremenda que no logro retener ese todo en bruto que es la experiencia vivida a pulso, con sobresaltos, con mil dudas, pero con la certeza terrible de que estamos en el fondo de algo. Muy en el fondo.

Hay buena luna esta noche. Y quizás no lo crean, pero acaba de pasarme por la cabeza el Mercado Libre Campesino. Recuerdo que lo eliminaron porque había muchos intermediarios, mucho guajiro haciendo plata, mucho tipo comprando carros en 30 000 pesos mientras los trabajadores de la caña tenían que echarse la zafra entera con un central a cuestas para ganarse un refrigerador, un televisor o un moskovich.

Nada, muchos intermediarios. Además, iban a crearse los Mercados Paralelos que, dicho sea de paso, duraron muy poco.

Quizás ahora, mientras miro la luna y me mato algún que otro mosquito, pregunto, ¿habrán muerto todos aquellos campesinos? ¿Quedará alguno? Y si queda alguno, ¿qué pensará de todos los nuevos negocios llenos de intermediarios y de gente haciendo plata? ¿Habrá alguna manera de explicarle que eso está autorizado hoy por el mismo gobierno que aplaudió cuando cerraron el Mercado?

¿No era mejor que aquellos guajiros se hicieran millonarios manteniendo la tierra y haciéndola producir, que hacer plata importando cosas para revender mientras los campos se llenan de marabú?

Persiguen hasta a los vendedores de carbón

Aquellos guajiros producían, los de ahora revenden. Aquellos tenían que sudar la camisa, los de ahora tienen contactos y aires acondicionados. ¿Qué los tiempos cambiaron? Sí, y mucho. Más de lo que cualquiera pueda imaginarse.

Lo que pienso desde hace años es que deberían de entregarle la tierra a los campesinos, pero entregárselas de verdad. Y lo digo porque hace una semana que se hizo un ejercicio para luchar contra las ilegalidades y el saco de carbón me costó 2000 pesos. ¿Por qué? Porque nadie puede irse para un monte lleno de marabú y hacer carbón.

La tierra es del Estado. Y el marabú también. Así que esa semana de ejercicio la gente se esconde (el gobierno lo sabe) y espera que pasen la furia y las noticias para seguír haciéndolo. El gobierno también lo sabe.

¿A quién le conviene, o le gusta, ese juego del gato y el ratón? Es absurdo. Yo tuve que caminar mucho -¡en muletas!- para que un hombre, extremadamente receloso, me hiciera el favor de venderme un saco de carbón en 2000 pesos. Ellos pueden esconderse una semana, pero mi hijo y mi mujer no pueden estar sin comer una semana.

Claro, sé que lo que importa ahora es «el cochino dólar», como dijo un fiscal en el juicio de Ochoa, ese «cochino dólar» que han ido infiltrando como un virus, gota a gota, en cada una de las estructuras del país y que tiene a millones de personas en una pobreza tan extrema que da miedo, mientras otras se dan el lujo de decir «vamos por más» después de una mediocre conferencia de soberanía alimentaria. Da pena, de verdad. Mucha pena. Y aquí me detengo porque me siguen pasando cosas por la cabeza y esto será infinito…

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