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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Ho Chi Minh y Fidel Castro se ven desde algún lado, un retrato polvoriento en una embajada o un afiche descolorido en una universidad, y deben de ponerse a hablar de los viejos tiempos, que eran jóvenes y tenían el mundo por delante y un enemigo común al que derrotar.
Esta semana, Vietnam, el que ganó su guerra, le ha mandado 14.5 millones de dólares a Cuba, el que perdió todo lo que se puede perder menos a sus generales.
El dinero lo han puesto los vietnamitas de a pie, una colecta nacional, céntimo a céntimo, como quien junta para una operación de un hijo o para arreglar el tejado de la escuela del pueblo. La solidaridad es un acto de fe, y los vietnamitas han tenido fe en Cuba, o en la idea que tienen de Cuba, que es casi lo mismo.
La noticia llega en un comunicado diplomático -y en una foto de Bruno Rodríguez con un cheque- de esos que se leen con una voz grave y llena de significado, y dice que el dinero es para “contribuir a la reconstrucción y al desarrollo económico” de la isla. Es una frase tan grande y tan vaga que podría significar cualquier cosa y, por tanto, significa nada.
Todos en La Habana, en la cola del pan o en la del pollo, se sonríen con una punta de cinismo que ya es un órgano más del cuerpo. Saben, porque la vida les ha enseñado a saberlo, que ese dinero no se convertirá en tetraciclina en los hospitales donde faltan hasta las gasas. No llegará a los ancianos que revenden cualquier cosa para poder comprarse otras cosas que el gobierno no les da. O no los deja tener. Mucho menos, y esto hay que repetirlo para que no quede duda, mucho menos irá a los hospitales. Sería como echar gasolina en un coche sin motor.
Entonces, ¿dónde van a parar los 14.5 millones de dólares de la bondad vietnamita? Es la gran pregunta que recorre la isla como un rumor de huracán. La fe oficial tiene sus caminos, sus desvíos y sus peajes. Tal vez, solo tal vez, una parte de ese dinero vaya a las manos de otros ancianos. No de los que hacen cola, sino de los que las diseñan. A los ancianos dirigentes, los de traje en las fotos, los que llevan décadas gobernando la escasez como si fuera un arte.
A lo mejor el dinero sirve para comprarles unos nuevos Mercedes blindados que amortigüen mejor los baches del Malecón, o para importar whisky escocés que les ayude a brindar por la solidaridad internacional. O quizás, y esto es lo más probable, se pierda en el agujero negro de una empresa estatal que se dedica a importar cosas que nunca llegan.
Al final, Cuba vive de lo que le regalan. Es su modelo de desarrollo. La primera tarea de cualquier embajada cubana en el mundo no es representar, ni promover la cultura, ni siquiera espiar (que también). La primera tarea, la más sagrada, es pedir. Mendigar con elegancia. Buscar donaciones de arroz en Vietnam, de pollo en Estados Unidos, de petróleo en Venezuela. Es un país que ha convertido la solidaridad en una política de Estado y la caridad en su principal producto de exportación, que es la lástima.
Los vietnamitas, que saben lo que es sufrir y luchar, han dado desde el corazón. Han mirado hacia el mar y han visto a un hermano ahogándose. Y le han lanzado un salvavidas de 14.5 millones. Lo que no saben es que, en Cuba, el salvavidas a veces se lo queda el capitán del barco que ya está en el yate, seco y bebiendo un daiquirí, mientras explica por televisión la ferocidad del temporal.