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LOS VALIENTES SUECOS QUE SE TRAGÓ EL POLO NORTE

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En 1897, tres exploradores suecos —Salomon August Andrée, Knut Frænkel y Nils Strindberg— miraron al cielo y creyeron que podían conquistarlo. Su sueño era alcanzar el Polo Norte, no con trineos ni barcos, sino flotando en un globo de hidrógeno bautizado como Örnen (“El Águila”).

Pero el Ártico no entiende de sueños. Solo 65 horas después de despegar, el globo cayó en medio de un desierto helado.

Lo que siguió fue una odisea de resistencia y desesperación. Enfrentaron temperaturas bajo cero, hielo perpetuo, animales salvajes y el lento agotamiento del cuerpo y del alma. Comieron carne de oso polar, caminaron sobre el hielo quebradizo y anotaron cada día con una mezcla de esperanza y resignación.

Y entonces, el silencio. Durante más de treinta años, nadie supo de ellos.

Fue en 1930 cuando una expedición noruega halló su campamento perdido. Allí, entre la nieve endurecida, encontraron restos humanos, diarios escritos a mano… y una caja con 93 fotografías.
Imágenes borrosas, congeladas en el tiempo, que mostraban carpas improvisadas, rostros agotados, y una dignidad feroz enfrentando lo inevitable.

No hubo gloria. No hubo aplausos. Pero dejaron algo más profundo: un testimonio humano de valor y vulnerabilidad, perdido en los confines del mundo.

Sus cuerpos fueron llevados de regreso a Suecia, y todo el país los recibió con honores. Ya no eran solo exploradores. Eran símbolos de hasta dónde puede llegar el ser humano por una idea, por una frontera, por un sueño.

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