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Por Jorge Sotero
La Habana.- Raúl Castro ya no se preocupa mucho por su futuro personal. Sabe que tiene la muerte al doblar de la esquina y que la primera gripe lo puede sacar de escena, pero tiene familia y la quiere, como la mayoría de los seres humanos con su descendencia. El hombre que aún lleva los hilos de Cuba teme por el futuro de los que llevan su sangre, porque es lo único que le interesa.
Durante el discurso en Santiago de Cuba, por los 65 años del triunfo sobre Batista, el único general de cuatro estrellas de Cuba, pidió a los que dirigen, que se hayan cansado, que den un paso al lado, y no es habitual que el castrismo mande este mensaje, sobre todo porque a ellos -a él sobre todo- nunca les tembló la mano a la hora de quitar, poner, promocionar, liberar, mandar a otras funciones.
¿Por qué dice esto ahora el tutor de Miguel Díaz-Canel? Porque sabe que el futuro está empeñado, sabe que el país no tiene salida y no quiere ser él quien pase a la historia como quien permitió que aquello que intentó armar su hermano se desvaneciera como un castillo de naipes, que es lo que va a pasar.
En Cuba todo es cuestión de tiempo. El gobierno se sostiene a duras penas, solo porque el pueblo no ha querido darle un empujoncito y terminar de mandarlo a tierra, porque, por mucho trabajo que haga la seguridad del Estado, la Policía, o las unidades militares especiales, nadie puede detener a un pueblo cuando decide cambiar su suerte.
Ya Raúl dijo una vez que hubiera preferido morir antes que Fidel, como para dejarle a él la responsabilidad de todo, porque, aunque él viva sumergido en su casona de La Rinconada, como el avestruz con la cabeza en la arena, sabe que el peligro acecha, y que en cualquier momento todo puede estallar, y no querrá que la historia lo recuerde como el hombre que orientó una matanza.
Los cubanos, los de dentro y los de fuera, no le perdonan a Díaz-Canel aquello de mandar a sus falanges a las calles para reprimir cuando el levantamiento del 11 de julio de 2021, que el viejo general sabe que fue el penúltimo, porque el próximo será definitivo.
Nadie quiere llevar esas cargas sobre sí, incluso después de muertos. Y él tiene claro que la Cuba de hoy, por más bien que él y su familia la pasen bien, no es el país que soñaron, ni que quieren, y por eso le piden a los dirigentes subordinados que renuncien sino quieren estar comprometidos a tope con la dictadura.
El mensaje está claro: dirigentes de abajo, intermedios y altos sin compromiso, con miedo a dar la cara y a sacrificarse por mantener en el poder a los Castro, son peligrosos. A esos les piden que renuncien, que se aparten, porque siempre habrá otros que quieran dar hasta la vida por ellos, y esos son los que necesitan.
Solo que esos que están ahora aferrados a la teta del poder, disfrutando de bondades que el resto no tiene, no van a soltar, por más que no crean en Raúl Castro ni en Díaz-Canel, pero seguirán al mando, porque eso les garantizará vivir, y vivir mejor, que tal vez no bien. Y esos correrán un día y dejarán la retaguardia desprotegida y eso aterra a Raúl Castro, que no quiere ver a los suyos arrastrados por las calles, ni a su enorme mansión envuelta en llamas.
Para mí, el mensaje de Raúl Castro es una señal más de que el miedo se ha apoderado de los Castro y su cohorte. Ya no guardan silencio, ni quitan o ponen a su antojo, como hicieron por 65 años, ahora piden que renuncien aquellos que no estén convencidos. El giro es brusco y por algo será, por más que el discurso en Santiago haya intentado sembrar una matriz de optimismo y otra de convicción.
Nadie cree en los Castro, ni esos que trabajan para ellos, y aquello de que la revolución es cada vez más fuerte, no se lo cree nadie, ni el mismo Raúl Castro.