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Redacción Nacional
La Habana.- El servicio militar obligatorio en Cuba es un mecanismo de desigualdad. Los más vulnerables cargan con el peso de una institución diseñada para beneficiar a los privilegiados.
Mientras los hijos de la cúpula del poder evaden el servicio mediante escuelas deportivas o certificados médicos comprados, los jóvenes de familias humildes son enviados a unidades militares remotas. Además, enfrentan condiciones deplorables y altos riesgos.
Ninguno de los fallecidos en accidentes como los bomberos de Matanzas o los soldados en Melones, Holguín, pertenecía a familias influyentes. Esto confirma que la mortalidad en el servicio recae sobre los más pobres.
Cuba mantiene este sistema por tres razones principales: control social, mano de obra barata y lealtad política.
El régimen justifica el servicio militar como «preparación para la defensa», aunque la amenaza de invasión es inexistente desde hace décadas.
En realidad, funciona como un instrumento de adoctrinamiento y disciplina, asegurando que los jóvenes —especialmente los de bajos recursos— permanezcan bajo supervisión estatal. Además, provee trabajadores forzados para labores agrícolas y de construcción, vitales para una economía en crisis.
La corrupción es inherente al proceso. Familias con dinero sobornan a médicos y oficiales para eximir a sus hijos. Mientras tanto, los pobres, sin opciones, enfrentan hambre, maltratos y peligros como accidentes o suicidios.
Las autolesiones para escapar del servicio son comunes, pero el Estado las criminaliza con penas de prisión, reforzando el ciclo de opresión.
Mientras la élite evade el servicio, los hijos de obreros y campesinos mueren en misiones absurdas o regresan traumatizados.
El servicio militar en Cuba no es un deber patriótico, sino un castigo para los que no tienen poder. Y mientras el gobierno siga necesitando carne de cañón, esta injusticia persistirá