
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Fer Davidson ()
Los Ángeles.- Los Dallas Mavericks han escrito el manual de cómo destruir un equipo de la NBA con estilo, elegancia y una dosis de autosabotaje digna de estudio.
Primero, regalan a Luka Doncic, el mejor jugador europeo de la historia, por Anthony Davis, un talento enorme pero con más lesiones que un hospital de guerra. Segundo, cuando los aficionados, lógicamente, les prendieron fuego en las redes, decidieron que la mejor defensa era un buen ataque: no contra los Lakers, no contra la mala suerte, sino contra el propio Doncic.
«Estaba gordo, bebía cerveza y fumaba en cachimbas», dijeron, como si describieran a un universitario en semana de exámenes y no a un cuatro veces All-Star.
La campaña de desprestigio fue tan burda que hasta los medios más afines a la franquicia se sonrojaron. ¿De verdad querían vender que un tipo que promedió 28 puntos, 8 rebotes y 7 asistencias en Los Ángeles era un «problema de vestuario»? ¿Que su esguince de muñeca era en realidad una artimaña para esconder su «deplorable estado físico»?
La directiva de los Mavericks, en su afán por justificar lo injustificable, convirtió el American Airlines Center en un plató de reality show: Aquí no hay estrellas, solo víctimas y villanos. Y el villano, por supuesto, tenía que ser Luka.
Pero la vida es caprichosa, y mientras Dallas se hundía en la irrelevancia, Doncic se puso en forma, renovó con los Lakers por 165 millones y posó para Men’s Health con un físico que dejó en evidencia las mentiras de su exequipo.
Los Mavericks, en lugar de reconocer su error, optaron por el plan B: «No os hemos contado todo…». Como un exnovio resentido que amenaza con publicar fotos comprometidas, Nico Harrison y su séquito filtraron que tenían «más suciedad» sobre Luka. ¿Qué será lo próximo? ¿Que robaba gominolas en el supermercado? ¿Que se reía de las películas de Adam Sandler?
Lo más irónico es que Dallas, en su obsesión por enterrar a Doncic, solo consiguió enterrarse a sí misma. Mientras el esloveno brilla en Hollywood, los Mavericks son ahora el equipo que nadie quiere: una franquicia que traiciona a sus ídolos, miente a sus fans y luego llora cuando la NBA los ignora. Su última esperanza es que Kyrie Irving les conceda un milagro, pero hasta él debe estar pensando: «Si hicieron esto con Luka, ¿qué no harán conmigo?».
Al final, el único legado de esta triste saga es una lección que deberían enseñar en las escuelas de negocios: nunca quemes a tu mejor empleado, porque el humo te ahogará a ti primero. Dallas podría haber sido una dinastía. En vez de eso, es el chiste de la liga, el equipo que prefirió el rencor a la grandeza. Y Luka, mientras tanto, sigue riéndose desde su penthouse en Los Ángeles, con una cerveza en una mano y un contrato millonario en la otra. Ironías del destino.