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Por René Fidel González García ()
Santiago de Cuba.- Cuando hace apenas unos pocos años un investigador cubano hacía notar la existencia en Cuba de un partido arriba y uno abajo, lo hacía como un señalamiento a las diferencias que apreciaba en el funcionamiento -y las formas de analizar y percibir la realidad- entre las estructuras superiores y las de base de la única organización política de existencia legal en Cuba.
Mientras estas últimas, a pesar de la honestidad y compromiso de miles de sus militantes, experimentaban la decadencia del liderazgo que habían tenido durante mucho tiempo en las relaciones sociales у paulatinamente, veían convertirse sus reuniones en zonas de catarsis у vertimiento de críticas muy certeras y muchas veces implacables, pero estancas y sin capacidad de incidir o modificar las decisiones y procesos que los acorralaban a ellos mismos junto al resto de la población.
Las estructuras superiores no solo operaban ya como meras -y cada vez más invisibles- poleas trasmisoras del poder, sino que iban perdiendo de forma muy significativa la experiencia de hacer política fuera de los mediocres -confortables y seguros- marcos de su ritualización y anquilosamiento.
Algo similar acabó ocurriendo dentro de las estructuras gubernamentales y estatales, aunque adquiriendo, si se quiere, ribetes dramáticos, al estar en la práctica los funcionarios cubanos administrando las consecuencias de lo que parece ser ya curso no declarado -y definitivo- de abandono, del antiguo paradigma de provisión y garantía de derechos socioeconómicos y culturales que tuvo Estado cubano.
El propio sistema de cuadros del Estado cubano era un reflejo de tal empobrecimiento. Desde su surgimiento hasta el momento que alcanzó su máximo rendimiento para el año 2018, fue un eficiente subsistema que lentamente, a través de los parámetros secretos de selección, superación, evaluación y exclusión que implementó, promovió distintos valores, actitudes y expectativas de roles pero también experiencias, en sucesivas generaciones funcionarios.
Si durante un tiempo considerable la autoestima, la autodeterminación y la actuación en base a principios e ideas de compromiso y sacrificio había sido el eje de actuación de cientos de hombres y mujeres que ocuparon diversos cargos y responsabilidades, a medida que las actividades de representación, dirección o liderazgo -en el mundo político, gubernamental o empresarial- se constituían en excepcionales rutas de movilidad social, garantizaban el acceso a distintos status, bienes, servicios, e inestimables y amplias facultades discrecionales, o permitían forjar intrincados sistemas de relaciones, alianzas e intereses entre sus actores, esto fue cambiando.