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Los diplomas no llenan las redacciones: el éxodo silencioso de los periodistas cubanos

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Por Max Astudillo ()

La Habana.- Cada año, las universidades cubanas gradúan a cientos de periodistas con pompa y discursos sobre «el deber revolucionario». Las fotos de los recién licenciados —sonrientes, con sus diplomas alzados como trofeos— llenan las páginas de Granma u otros medios.

Sin embargo, tras la ceremonia, algo se rompe: las redacciones de los medios oficiales siguen vacías como neveras en época de escasez. Los números no cuadran. ¿Dónde están todos esos graduados? La respuesta es un éxodo que el gobierno prefiere ignorar: se van. A Miami, a Madrid, a cualquier lugar donde un título no sea sinónimo de convertirse en altavoz obligado del poder.

El problema no es que no haya periodistas. Es que nadie quiere serlo en Cuba. Los jóvenes salen de las aulas sabiendo tres cosas. Primero, ejercer el oficio significará mentir por obligación. Segundo, cobrarán salarios de hambre (cuando se cobran). Y tercero, se arriesgarán a que la Seguridad del Estado les meta las manos en los bolsillos —y en los artículos— cada vez que intenten contar algo que no sea el parte meteorológico del Comité Central.

Los más brillantes, esos que ganan «Títulos de Oro», suelen ser los primeros en empacar maletas. Adriana Fajardo, la «Vanguardia Integral» de la promoción del 2025, probablemente ya tenga un perfil en LinkedIn buscando trabajo en cualquier sitio menos en Cubavisión.

Las causas son obvias hasta para el más distraído. Un periodista oficialista cubano gana menos que un repartidor de Glovo en España. Además, vive bajo la sospecha permanente de ser «poco revolucionario» si pregunta demasiado. También, sabe que su carrera terminará en el mismo callejón sin salida que la de Hilda Saladrigas —homenajeada en graduaciones pero ignorada cuando porque reportajes rozaronn la crítica.

Solo diplomas para paredes vacías

Mientras, los que escapan y llegan a Miami suben fotos en el metro de Brickell con ironías del tipo «¿Pa’dónde es que va este tren, caballero?». Esta misma ironía fue publicada por Max Barbosa, exredactor de Alma Máter, antes de borrar su pasado oficialista como si fuera un error de imprenta.

Lo irónico es que el régimen sigue invirtiendo en formar comunicadores. 197 graduados solo en la Universidad de La Habana este año. Sin embargo, luego los ahoga en un mar de censura y absurdos.

Los convierte en funcionarios de traje gris que leen guiones prefabricados en Mesa Redonda. Mientras tanto, sus colegas independientes —los que no pudieron huir— son encerrados por «propaganda enemiga» por publicar en Facebook fotos de apagones.

El resultado es un periodismo zombi. Cuerpos sin alma, micrófonos sin voz, titulares que repiten «Cuba resiste» . Las redacciones se llenan de polvo y los mejores se fugan en el primer vuelo disponible.

El gobierno lo sabe, pero prefiere el autoengaño. Celebra cada graduación como si fuera una victoria, ignorando que esos mismos estudiantes aprendieron a usar VPN antes que a redactar un lead. Los llama «traidores» cuando se van, pero no pregunta por qué prefieren repartir pizzas en el extranjero que firmar editoriales en Juventud Rebelde.

La farsa es tan transparente que hasta algunos oficialistas —como los que han huído en los últimos años y meses — terminan confesando en redes: «Nadie me va a hacer entender las decisiones que no tienen tras de sí las ganas de fundar» .

Al final, las aulas magnas seguirán llenándose. Los discursos sobre «el socialismo y la prensa» se repetirán. Además, las listas de graduados se publicarán con orgullo. Pero en Cuba, el único periodismo que crece es el de los que se atreven a mirar al poder a los ojos y decirle «no» . Aunque sea desde el exilio, con un café en Miami y el corazón partido. El resto son diplomas bonitos para decorar paredes vacías.

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