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El 18 de junio de 1815 Napoleón Bonaparte era vencido en Waterloo por los ejércitos de Prusia, Inglaterra y Holanda. Pero además de estos países hubo otros ganadores: los dentistas de la clase alta…
Ese día, casi 70.000 soldados aliados se enfrentaron a 73.000 franceses en una legendaria batalla que terminó a las 10 de la noche. En esta batalla, los franceses fueron derrotados, dejando un paisaje en el que yacían alrededor de 50.000 muertos y heridos.
Cuando cayó el sol comenzó la recolección de las riquezas de los caídos. En la penumbra deambulaban sombras hurgando entre los uniformes buscando cualquier objeto de valor entre los cadáveres de los soldados. Sin embargo, lo que buscaban sobre todo eran… dientes.
En aquella época los dientes de reemplazo se hacían tradicionalmente de marfil o de hueso de animales. Sin embargo, estos dientes no siempre se veían naturales y se deterioraban más rápidamente que los dientes reales, ya que no tenían su misma calidad. Así que, para solventarlo, los dentistas pensaron una solución: reparar las dentaduras con las piezas extraídas a los muertos. Las mejores eran las de los jóvenes soldados de la batalla de Waterloo.
Había muchísima demanda dispuesta a pagar lo que fuera por una prótesis de dientes de Waterloo. Este fue el original nombre que se les dio a estos dientes de segunda mano a los que solo podía aspirar la clase alta europea.
Estos dientes eran sinónimo de la más alta calidad, ya que eran dientes de jóvenes muertos durante la batalla. Eran mucho mejores que los que habitualmente se usaban arrancados de la boca de ahorcados, de cadáveres de la morgue o de muertos putrefactos por profanadores de tumbas.
Aunque esta práctica era más común a principios del siglo XIX, la gran cantidad de dientes que se obtuvieron en Waterloo y la alta calidad que tenían provocó que siguieran vendiéndose y comprándose durante años. Estos dientes siguieron apareciendo en los catálogos de suministros dentales hasta la década de 1860: Los legendarios dientes de Waterloo.
(Tomado de las Redes)