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Los corderos del hambre y la impunidad vestida de uniforme

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Por Redacción Nacional

Contramaestre.- En la noche del 4 de agosto, en algún rincón olvidado de Pueblo Nuevo, Contramaestre, un custodio fue asesinado a machetazos y otro quedó medio muerto. Todo para robarse 13 ovejas. Trece. Ni siquiera reses, ni siquiera caballos. Ovejas. En cualquier país del mundo, este sería el parte policial de un crimen rural. En Cuba, es la radiografía más precisa del hambre.

El hecho ocurrió en una Unidad Básica de Producción Cooperativa que lleva el nombre de Fidel Domenech Rizo, lo cual ya es ironía en sí misma. Porque si algo define a las UBPC es su ineficiencia, su abandono y su rol simbólico en la cadena del desastre agropecuario nacional. Nadie roba ovejas por negocio: se roban porque el bistec de res es un recuerdo de la infancia y porque el hambre ya no permite esperar ni siquiera por el trueque.

Los medios oficiales sacaron una nota rápida, con el tono condescendiente de quien cree tener el monopolio de la moral. Dicen que las investigaciones avanzan, que ya hay detenidos, que no habrá impunidad. Pero no dicen lo más importante: que si la carne no aparece en la carnicería, aparece en el mercado negro. Y si aparece en el mercado negro, es porque alguien con uniforme está mirando para otro lado. O cobrando por mirar.

En este país se roban animales, sí. Se roban ventiladores de hospitales, se roban ataúdes vacíos, se roban cables eléctricos, se roban motores y hasta los tubos del acueducto. No es por vandalismo. Es por sobrevivencia. Y cuando se convierte la necesidad en delito, lo que falla no es el pueblo: lo que falla es el sistema.

Mataron a un hombre, y eso duele. No hay forma de justificarlo. Pero tampoco hay forma de entender la tragedia sin ponerle nombre al contexto: Cuba está colapsando, y el campo es uno de sus cadáveres más visibles. No hay comida, no hay control, no hay ley justa. Solo represión selectiva, titulares propagandísticos y un aparato de seguridad que llega tarde o solo actúa cuando el escándalo es inevitable.

“No habrá impunidad”, repiten los voceros del Estado. Y uno se pregunta: ¿de qué impunidad hablan? ¿De la impunidad de los que matan por una pierna de carnero, o la de los que desde arriba matan de hambre a millones? A veces, la línea entre el asesino y el asesinado se borra en el mapa de la desesperación. Y lo más triste es que, al final, siempre pierden los mismos: los pobres, los corderos que nadie protegerá.

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