
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Jorge de Mello ()
La Habana.- Mientras realizaba una de mis caminatas por El Vedado, hace varios días, me llamó la atención un joven que a pesar de la temperatura alta traía puesto un anorak cuya capucha le cubría casi toda la cabeza, además, venía zigzagueando y haciendo unas raras maniobras por el medio de la calle.
El muchacho, de veintitantos años, de vez en cuando se detenía y daba unos brincos cortos apoyado primero sobre un pie y luego sobre el otro sin dejar de balancearse para no caer al pavimento, luego trataba de equilibrar su cuerpo y avanzaba otro tramo con un impulso inusual.
Repitiendo esa original gimnasia se fue acercando y pude notar una extraña expresión de ausencia en su rostro. Su boca semiabierta, desde la que se desprendía un hilo de baba, esbozaba una sonrisa de tonta felicidad.
Avanzó unos metros con mucha dificultad hasta que llegó a un muro de poca altura que marca el perímetro de un edificio, e intentó apoyarse en el mismo. Pero su cuerpo se desplomó doblándose en dos sobre el muro; las piernas en el lado de la acera, los brazos colgando verticalmente, con la cabeza hacia abajo, casi tocaban el suelo del otro lado. Se mantuvo inmóvil en esa posición incómoda durante un buen rato.
Preocupado por su situación me acerqué con la intención de socorrerlo, enseguida noté que respiraba con dificultad, por lo que decidí hablarle:
—Hey ¿Necesitas ayuda? ¿Dónde vives? Oye, mírame…
Haciendo un gran esfuerzo volteó la cabeza hacia mí sin abandonar su estrafalaria postura, me mostró una sonrisa casi congelada y sus ojos inexpresivos durante unos segundos, pero no logró articular palabra. Me quedé parado a su lado sin saber que hacer, hasta que pasó un hombre que dijo:
—Ese debe haberse metido un papelillo.
—¿Papelillo? Le pregunté sin entender a qué se refería.
— Sí, El Químico, una mierda que está acabando con estos muchachos.
Entendí que se trataba de alguna droga que yo no conocía, por lo que me alejé a una distancia prudente sin dejar de observarlo. Al poco rato el joven logró incorporarse con mucha dificultad, sin abandonar su sonrisa de despreocupada felicidad. Se fué alejando, dando tumbos entre la acera rota y el parterre, hasta que desapareció en la otra calle.