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Llegan las terapias de la resignación en Manicaragua

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Por Redacción Nacional

La Habana.- En el planeta Castro siempre aparecen satélites dispuestos a repetir el guion oficial como si fuera una homilía. Una tal Madelaine Hernández García, con voz de convencida y sonrisa de libreta de abastecimiento, se ha tomado en serio la misión de agradecer al régimen por abrir consultas psicológicas donde los vecinos se quejan de los apagones y la falta de agua.

Ella lo llama un logro enorme, como si escuchar lamentos fuera equivalente a resolverlos. Para esta mujer, quejarse gratis es un lujo revolucionario.

Lo más risible es que, según Madelaine, esas consultas son una “victoria de la bondad”. Una victoria que no ilumina una sola bombilla ni hace que caiga una gota de agua en los grifos secos. Se trata de una bondad rara: la que te ofrece un asiento en la consulta para desahogarte mientras la nevera se derrite, el arroz se pudre y los mosquitos te devoran a oscuras. Bondad de manual, fabricada en los laboratorios de propaganda de La Habana.

La narrativa oficial necesita estos personajes: gente que se traguen el teatro y lo aplaudan con devoción. Madelaine se aferra al cuento de las “charlas psicológicas antiapagón”, la «gran medicina del pueblo». Una suerte de placebo social para mantener la obediencia: mientras hablas con el psicólogo, no gritas en la calle; mientras agradeces, no protestas; mientras te consuelas, no reclamas.

El mismo libreto de siempre

La tragedia está en que hay quien todavía repite ese libreto. El castrismo lleva más de seis décadas ofreciendo paliativos de humo: reuniones, conversatorios, promesas. Ahora suman las terapias de resignación, donde el ciudadano aprende que la escasez es parte del ADN nacional y que la resistencia es un valor a cultivar. Madelaine no lo sabe —o no quiere saberlo—, pero su discurso es exactamente el engranaje que necesita la maquinaria del poder.

Mientras tanto, el pueblo sigue sin luz, sin agua y sin futuro. Y la señora de Manicaragua insiste en dar gracias porque alguien los escucha llorar. Es la caricatura más cruel de un país que ha sido reducido a eso: a celebrar quejarse, a llamar “victoria” a un paliativo y a confundir la resignación con dignidad.

Cuando la dictadura se sostiene con testimonios como el de Madelaine, es porque ya no le queda nada más que ofrecer.

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