
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Oscar Durán
La Habana.- Miguel Díaz-Canel ha vuelto a sacar del sombrero otro de esos espectáculos mediáticos que nada cambian en la vida real de los cubanos: el llamado IV Ejercicio Nacional de prevención y enfrentamiento al delito. Con la grandilocuencia de siempre, lo presenta como una “oportunidad para fortalecer la tranquilidad ciudadana y la disciplina social”, cuando todos sabemos que en las calles el delito crece precisamente porque el propio sistema ha dejado al pueblo en la desesperanza, el hambre y la miseria.
El discurso oficial repite la misma letanía: combate a la corrupción, a las drogas, a las ilegalidades y a las indisciplinas sociales. Palabras que suenan bien en un comunicado de la Presidencia, pero que en la práctica no pasan de ser retórica hueca. ¿Cómo hablar de “orden interior” en un país donde la policía solo se muestra diligente cuando se trata de reprimir manifestaciones pacíficas, mientras los robos, los asaltos y la violencia común siguen en aumento?
El régimen promete “cohesión entre instituciones y población”, pero lo que en realidad hace es vigilar y controlar. Cada plan de “prevención” no es otra cosa que más burocracia, más reuniones, más papeles que nadie lee y más campañas propagandísticas que buscan convencer de que el gobierno se ocupa de la seguridad, cuando la gente sabe que salir de noche es un riesgo, que los apagones son el escenario perfecto para el delito y que la policía nunca llega a tiempo.
Además, Díaz-Canel habla de enfrentar delitos contra la economía, como el robo de cables o transformadores, cuando la raíz del problema es la propia incapacidad del Estado para administrar con eficiencia. Si las empresas estatales no pagan a sus trabajadores lo suficiente para vivir, si no hay recursos ni materiales básicos, la corrupción y el mercado negro son el único camino que muchos encuentran para sobrevivir. Pretender frenar eso con un “ejercicio nacional” es, sencillamente, ridículo.
Este nuevo show es solo otro episodio de la comedia política que lleva décadas en escena: diagnósticos repetidos, promesas de control, llamados a la disciplina social… y al final, nada cambia. La verdadera inseguridad de Cuba no está en los robos ni en las indisciplinas sociales, sino en el hecho de vivir bajo un sistema que le roba a la gente su futuro, su libertad y hasta la tranquilidad de saber que mañana podrá llevar un plato de comida a la mesa.