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Por René Fidel González ()
Santiago de Cuba.- La coherencia, el compromiso y la debilidad en política son siempre un patrón de conducta. Es imposible que se atribuyan tales características, sin que ellas se manifiesten recurrentemente. Nadie puede evitar ser diferente a lo que realmente es.
El acto – o los actos – que hacen perder el poder son indiferenciables de los que permiten seguir usándolo. Nadie logra saber cuándo y por qué se empieza a perder el poder hasta que el proceso se ha consumado y es irreversible.
El miedo a perder el poder, una vez instaurado, se desarrolla y expande como invariablemente como violencia.
Ella es un reconocido y empleado recurso político del poder salvo cuando se origina en la paradoja del miedo a perderlo.
En tal caso es la forma más virulenta – y sobre todo detectable – de la debilidad.
Todo poder débil será desafiado, incluso más, cuando incremente el uso de la violencia. Hasta el pequeño e indefenso cachorro, llegado el momento, gruñirá y querrá su porción de carne y sangre.
La jauría es esto.
La pena de muerte es la joya de más alto valor de la violencia que intentará ejercer un poder débil y temeroso, no importa esté derogada o en algún tipo de moratoria.
La ejecución de una sanción de pena de muerte es una constatación pública del control y capacidad de causar el mayor, más poderoso y último de todos los miedos humanos, pero para un poder débil es un acto desesperado de negación de que lo es.
Buscará cualquier oportunidad para emplearla. Cuando ya no basté con amenazar con ella la usará.
Ellos están ahí ya.