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Por Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- La retirada parcial de Canadá del turismo en Cuba confirma el fracaso de la casta verde oliva en su estrategia económica, en detrimento de sectores básicos como el electroenergético y agroalimentario; generando un desequilibrio que la nación pagará en años venideros.
El grupo canadiense Sunwing Vacation ha cesado el envío de turistas a 26 hoteles cubanos; siempre es 26, y ha redirigido a sus clientes a Colombia, Dominicana, México, Bahamas, Honduras y Panamá.
Canadá ha tenido una paciencia infinita con Cuba, incluido su gobierno socialista que ha mantenido un bajo perfil en sus críticas hacia La Habana, pese a la muerte de turistas y otros percances sufridos por canadienses en la isla, pero el tardocastrismo no ha sabido reaccionar y atajar lo que ahora es debacle.
Sin canadienses, primer emisor turístico de Cuba, desde siempre, olvídense de metas, predicciones y otras fantasías sin amor, pan ni cebolla; esas que los campesinos venderían a los hoteles como parte del encadenamiento productivo que pregonaban quienes se afilaban los dientes por entrar en el bussines club de a tres kilos el cubo, la tinaja a medio.
El modelo turistico cubano, tras vencer las constantes reticencias de Fidel Castro, aquel jefe espiritual receloso de que lo foráneo contagiara al rebaño, ha sido basicamente una apuesta por el turismo en masa de renta baja; pero Cuba ha ido perdiendo competitivad en ese sector porque no ha sabido reaccionar a los reposicionamientos de competidores vecinos que, a similitud de clima y paisaje, han entrado con fuerza y mejores medios al llamado segmento bajo, especialmente después de la pandemia de coronavirus.
En el ámbito turístico el embullo Obama también fue un espejismo, cortado de cuajo por Raúl Castro, pero con el hándicap de que el entonces ministro de Turismo, Manuel Marrero Cruz, elevó un 30% los precios, pese a las advertencias en contra de turoperadores con larga trayectoria vendiendo el mercado cubano y que nunca entendieron su ascenso a premier, tras su nefasta gestión turistica.
Los militares han convertido la vida cotidiana de los cubanos en una pesadilla porque no saben de economía, solo de ordeno y mando y tablas de Reportes Regulares, y carecen de la sensibilidad política necesaria para generar riqueza y justicia social.
Una vez que Raúl Castro asaltó el Minint en 1989, apoyado por su hermano, no tenía necesidad alguna de acaparar todo el poder, contrario a lo que sugirió en su toma de posesión formal, cuando avisó que Fidel era insustituible, salvo que lo sustituyeran entre todos ellos.
Por la boca muere el patico feo de los Castro Ruz, pues ya había tronado a Carlos Lage, Felipe Pérez Roque y otros apicultores, a los que Fidel atribuyó emborracharse con las mieles del poder. Hay que tener tremenda gandinga para que un obseso del poder absoluto y que jodió a montones de cuadros fieles, rechace a supuestos viciosos del poder.
Cuando alguien acapara todo el poder, también consigue acopiar todo el desgaste, aunque ahora muchos cubanos le partan la cara al presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, cuya designación fue un pacto desigual, porque juró sumisión a las botas y no tuvo coraje político para revertir su humillación, aprovechando el aldabonazo popular del 11J.
Sin electricidad ni cumbancha no hay turismo que valga y la militarización del sector exterior de la economía cubana ha cosechado el más estruendoso de los fracasos, pese a los esfuerzos de propagandistas y filósofos de barbería empeñados en alabar las charreteras mandantes, que solo han conseguido reinsertarse en el dólar estadounidense, a costa del sufrimiento de la mayoría de los cubanos.
Desde la muerte del general Luis A. Rodríguez López-Calleja, está pendiente la reorganización de Gaesa, que debía quedarse con sus inservibles juguetes militares -excepto Geocuba- y pasar a la economía nacional, sus negocios bancarios, financieros y turísticos; incluidos Almest y Tecnotex.
El tardocastrismo es una derrota interminable porque carece de una estrategia adecuada, se comporta como un sordo y ciego irresponsable, obviando que de sus aciertos y fracasos depende la vida de millones de cubanos y, encima, se pasa la vida haciendo de Pedro Navaja, cuando es solo un limosnero ataviado con charreteras e ínfulas de Chicago Boys.
«Guillermina (primer coronel a cargo de Gaesa) es buena gente», deslizan náufragos de la subguara, sin percatarse que tan buena gatica no consigue cazar ni un guayabito.
Nada resulta más ridículo y espantoso que analfabetos mandando y, con la salida forzosa de Perdomo Dilella del gabinete, ya el gobierno cubano es una constelación de ñames con guayaberas y de pendejos asustadizos que -antes de ir a hacer pipí- piden permiso al Farint.
El enemigo tiene una asombrosa capacidad para generarle problemas a los muchachones de Raúl Castro y sus subordinados, aunque realmente el general de ejército, con un pie en el estribo, tampoco manda; por encima suyo hace y deshace el más poderoso de los cubanos, el general Deterioro, que carece de la ternura de un niño bebiéndose un vaso de leche y se parte de risa, cada vez que oye a Limonardo asegurar que de esta salimos; lo que nunca aclara es para dónde se irán.
Y el destino manifiesto no es problema menor porque el aplastante triunfo electoral de Donald J. Trump ha provocado un realineamiento de gobiernos de diferentes credos políticos, incluidos Irán, China y Rusia, que se van a portar bien y no sacrificarán sus estratégicas relaciones con Estados Unidos por esa islita caprichosa que no hay tarde que no los enoje, por su manía de mojarse los zapaticos de rosa en cada charco pestilente que pisa.
Obviamente, si sigue bajando el raquítico flujo de viajeros canadienses, La Habana culpará a la CIA y a sus agentes en Ottawa, Toronto y Montreal, pues la sección Cuba de la agencia estadunidense es la más grande, la que más gente tiene en nómina y la más exitosa, pues consigue sabotear cuanta ocurrencia sale del Buró Político.
Dicen los sabios que sin turismo no hay economía de servicios que valga, pero antes, mucho antes, Vladimir Ilich Lenin avisó que el comunismo era el poder los soviets más electricidad; en Cuba deben quedar algunos descendientes de Rogelio Recio Ramírez, máximo dirigente del soviet de Mabay (1933)), el problema es que no hay electricidad.
La mejor manera de contrarrestar la traición de los turistas canadienses a la revolución cubana, sería la cultura nacional, embravecida desde el reciente congreso de la Uneac; que ya debe andar trabajando en la respuesta que merecen los canadienses.
Opciones sobran, el necrotrovador Raulito Tórres, que anda muy callado, debería inspirarse y componer Carta al candiense traidor, que funcionaría bien comercialmente, si se acompaña de imágenes de Marrero Cruz, sepulturero del turismo cubano, ataviado con guayabera negra y repartiendo tazas de extrema unción en el velorio a ritmo de contingente.
Y ahora que boleros revolucionarios andan anunciando que la presidente de México, Claudia Sheimbaum Pardo, va a mandar barcos cargados de petróleo y dólares estadoundenses, su homólogo cubano podría aprovechar y pedirle que le mande una copia de la partitura de «Qué te pedí», del compositor mexicano Gabriel Luna de la Fuente.
Un videoclip de La Colmenita cantando la famosa canción, en tempo desgarro de La Lupe, sería la perfomance ideal, con esa delicia oír en sus voces infantiles con pupilas agredidas por la oscuridad reinante, ese trozo que dice: «¿Qué no te di?/ ¿Que pudiera en tus manos poner?
«Y aunque quise robarme la luz para ti. No pudo ser…»