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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- Hace un año, el peso cubano (CUP) ya era una broma macabra; hoy es papel pintado con números. En julio de 2024, el dólar informal cotizaba a 230 CUP; hoy ronda los 360, y el euro supera los 400.

La MLC, esa ficción monetaria inventada por el gobierno para simular solvencia, tampoco escapa al desastre. Su valor real se esfuma en tiendas estatales donde los estantes están más vacíos que las promesas de Díaz-Canel. Mientras, la élite del Partido Comunista sigue comprando en divisas. Actúan como si la crisis fuera un espectáculo que solo afecta a los de abajo.

El gobierno insiste en culpar al «bloqueo» —su comodín retórico—. Sin embargo, la devaluación es el resultado de una ecuación simple. Imprimir billetes sin respaldo, ahogar la producción nacional y estrangular al sector privado con impuestos absurdos contribuyen a esto.

Hace un año, la inflación oficial era del 30%. Hoy supera el 45%. En el mercado negro los precios se multiplican como conejos en una pesadilla capitalista.

Los salarios siguen congelados en cifras risibles (5.000 CUP = 20 dólares). Mientras, una botella de aceite cuesta más de mil pesos. La «Tarea Ordenamiento», ese experimento monetario que prometía milagros, solo logró que los cubanos añoren la época en que el CUC al menos fingía valer algo.

La dolarización forzosa es ahora el único salvavidas en una economía donde el Estado ha dejado de ser proveedor. Se ha convertido en espectador. Hace un año, las remesas ya eran oxígeno. Hoy son el único pulmón. El 40% de la población depende de ellas. Mientras, el resto sobrevive rebuscando en basureros o vendiendo sus pertenencias en Facebook.

El gobierno, en lugar de facilitar inversiones, persigue a los cuentapropistas con tasas impositivas que harían llorar a Milton Friedman. Mientras, Díaz-Canel habla de «resistencia» desde un palacio donde la luz nunca se apaga.

El juego con las monedas es criminal

El colmo del cinismo es la compra estatal de dólares a 120 CUP —cinco veces la tasa oficial de 2024—. Esto es un reconocimiento tácito de que su política cambiaria es un fraude. Pero ni siquiera así logran frenar el mercado negro. Los cubanos prefieren arriesgarse a multas antes que entregar sus divisas a un Estado que luego no les vende ni un pollo.

La MLC, diseñada para evitar la fuga de capitales, se ha convertido en otra jaula. Las tiendas que la aceptan están vacías. Además, los precios son tan surreales que hasta un funcionario con sueldo en «moneda libre» necesita tres vidas para pagar una nevera.

Hace un año, el gobierno aún podía vender la ilusión de que «lo peor ya pasó». Hoy ni los más crédulos se tragan el cuento. La devaluación ha pulverizado no solo el poder adquisitivo, sino también la paciencia de una población que ve cómo sus ahorros —en CUP, MLC o hasta en espejismos— se evaporan.

Los ancianos, los más golpeados, revenden sus medicamentos para comer, mientras los ministros culpan a «agentes externos» desde sus cuentas en Twitter. La libreta de abastecimiento, otrora símbolo de igualdad, ahora es un catálogo de productos fantasmas.

El régimen sigue erre que erre con su mantra de «cerco económico». Sin embargo, la verdadera asfixia la imponen sus propias políticas. Es un socialismo de tienda de souvenirs. Solo sobrevive quien tiene acceso al dólar o un familiar en Miami.

El CUP y la MLC son dos caras de la misma moneda falsa, un espejismo en una isla donde hasta la pobreza se ha devaluado. Lo peor es que no hay fondo a la vista. Mientras el gobierno siga empeñado en gobernar con manuales soviéticos y discursos grandilocuentes, las monedas cubanas seguirán rodando cuesta abajo —igual que el país.

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