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Las marchas y las tribunas son la base de todo

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Por Luis Alberto Ramirez ()

Para el régimen cubano, las tribunas antimperialistas y las marchas de confirmación revolucionaria siguen siendo una prioridad política, incluso cuando el país se hunde en una crisis estructural que afecta todos los aspectos de la vida cotidiana. No hay combustible suficiente para garantizar el transporte público ni para el funcionamiento de ambulancias, hospitales o la distribución de alimentos; sin embargo, siempre aparece el necesario para movilizar a miles de manifestantes hacia actos políticos organizados por el Partido Comunista.

El actor cubano Luis Alberto García, una de las figuras más reconocidas del cine y la televisión en la Isla, se atrevió a poner palabras a lo que muchos ciudadanos piensan y callan. En un mensaje que rápidamente se viralizó en redes sociales, el artista cuestionó la desconexión total entre las prioridades del gobierno y la realidad del país. “Sinceramente no creo que esta policrisis nacional sea el marco adecuado para seguir inventando desfiles y tribunas. El país se cae a pedazos. ¿No se enteran quienes respiran en esa dimensión ‘otra’ que habitan? ¿Lo saben y aun así se pasan con fichas? ¿Quieren regalar un baño de pueblo a quienes nos visitan ahora mismo?”, escribió con contundencia.

Las palabras de García no solo describen el malestar de una sociedad agotada, sino también exponen la hipocresía de un poder que se esfuerza en aparentar fortaleza y unidad mientras las calles se vacían de esperanza. Las llamadas tribunas abiertas y marchas antimperialistas son parte de un viejo guion político que intenta mantener viva una narrativa de resistencia frente al “enemigo externo”, una excusa que justifica décadas de fracaso económico, represión y miseria.

La policrisis cubana

Mientras el cubano de a pie enfrenta la falta de alimentos, medicamentos y transporte, el gobierno derrocha recursos en logística, seguridad y propaganda para garantizar que las cámaras internacionales registren multitudes ondeando banderas y gritando consignas. Todo forma parte de un teatro cuidadosamente montado para proyectar una imagen de cohesión revolucionaria que hace tiempo dejó de existir.

El valor de las declaraciones de Luis Alberto García radica en su autenticidad. No se trata de una postura política, sino de un grito de sentido común en medio del absurdo. En un país donde el miedo y la censura aún pesan, su voz rompe el silencio complaciente de muchos artistas e intelectuales que prefieren no cuestionar al poder por temor a las represalias.

Cuba atraviesa una “policrisis” como bien la define el propio actor, que combina colapso económico, migración masiva, apagones, desabastecimiento y descontento social. Pero el régimen insiste en la puesta en escena, en llenar plazas vacías de sentido, en repetir un discurso que ya nadie cree. No hay combustible para mover al pueblo, pero sí para mover la maquinaria propagandística de una revolución que hace mucho dejó de serlo.

Las tribunas y marchas del régimen son hoy el reflejo más nítido de su desconexión con la realidad: una revolución que prefiere la apariencia antes que la verdad, la consigna antes que la conciencia, y la multitud forzada antes que el diálogo honesto con su propio pueblo, no es un gobierno, es una parodia amarga de la realidad.

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