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Por Luis Alberto Ramirez ()

En un acto que huele más a infiltración que a migración, Jorge Javier Rodríguez Cabrera, un funcionario del régimen cubano y amigo íntimo del nieto de Raúl Castro, cruzó la frontera de Estados Unidos. Cruzó alegando persecución política y pidió asilo.

En menos de dos años, este supuesto “refugiado” no solo logró establecerse. Además, fundó una empresa millonaria de viajes y envíos a Cuba. Es un negocio que, paradójicamente, requiere del visto bueno de las autoridades cubanas para operar.

¿Cómo es posible que alguien que asegura huir de un régimen opresor termine haciendo negocios con ese mismo régimen desde territorio norteamericano? La respuesta es tan simple como alarmante. Muchas de estas compañías no son otra cosa que fachadas del castrismo. Se disfrazan de emprendimientos privados para seguir exprimiendo a la diáspora cubana.

Rodríguez Cabrera no es un exiliado común. Su cercanía con los círculos de poder en La Habana y su historial como funcionario le permitirían beneficios especiales. Accedería a facilidades y permisos que un cubano de a pie jamás obtendría. La pregunta clave es: ¿de dónde sacó el capital inicial para abrir un negocio de esta envergadura en tan poco tiempo? Ningún refugiado cubano llega con fondos suficientes para crear una empresa millonaria sin levantar sospechas.

En EEUU hay muchos Rodríguez Cabrera

El negocio de los envíos y viajes a Cuba se ha convertido en un canal privilegiado. Así, el régimen, especialmente a través del conglomerado GAESA, mantiene el control económico. Lo hace incluso más allá de sus fronteras.

Estas empresas, manejadas por individuos que juraron romper con el sistema, operan bajo la lógica del chantaje y la dependencia. Imponen altos precios, cobros en dólares y una red financiera que, al final del día, engorda las arcas del castrismo.

Hace pocas horas, agentes de ICE (Immigration and Customs Enforcement) detuvieron a Rodríguez Cabrera. Ahora se encuentra bajo custodia en espera de un posible proceso de extradición. Su caso debería encender todas las alarmas porque él no es el único.

Como él, hay decenas de operadores que visten ropa de emprendedores y cuelgan banderas de libertad. Sin embargo, en realidad son garrapatas prendidas al trasero del exilio. Succionan recursos para alimentar la maquinaria de una dictadura que no muere, sino que muta.

Es momento de que las autoridades estadounidenses y la comunidad cubana en el exilio revisen con lupa quiénes están detrás de estos negocios. No se trata solo de economía, sino de ética, justicia y memoria. El exilio no puede seguir siendo el banco del verdugo.

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